Si algo tuvo claro siempre Roberto Bolaño era que quería convertirse en escritor, costase lo que costase. Así lo pone de manifiesto la correspondencia que mantuvo durante casi veinte años con la crítica literaria chilena Soledad Bianchi.
Cartas, la mayoría manuscritas, poesías y hasta borradores de novelas que intercambió con esta crítica literaria y editora de revistas que acaba de vender esto a la Universidad Diego Portales de Chile y que desde la semana pasada la expone en la Biblioteca Nicanor Parra, referente del escritor chileno.
“Lo que nunca quedó duda de carta en carta es su porfía y pasión por la literatura“, dice Bianchi en un aula de la cátedra consagrada a Bolaño, hoy encumbrado al altar de los mejores exponentes de la literatura latinoamericana. “Él quiere ser escritor y sabe que lo será, aunque deba dejarse el pellejo”, agrega.
“Con modestia, verdadera o falsa, Bolaño aclaró que mientras los españoles, que escribían bien, pero no tenían historias que relatar, a él no le faltaban asuntos para contar y esa era su gran ventaja”, dijo en noviembre de 1998, cuando la novela “Los detectives salvajes“, que le elevaría al panteón de las letras en español, estaba ya a punto de salir.
A través de estas cartas, nos enteramos de cómo Bolaño gestó su consagración literaria, que casi no pudo disfrutar debido a su muerte temprana en 2003, a los 50 años. La exposición “El escritor joven y la crítica: muestras de epistolario Bianchi/Bolaño” da fe de esta relación epistolar desde 1979 y 1997 durante su afincamiento en Girona (España), tras vivir antes en México.
Una relación reducida al correo, puesto que en casi veinte años escritor y crítica, que vivía exiliada en Francia, solo hablaron un par de veces por teléfono. Se conocieron en 1998, en Chile, tras el fin de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). Sus cartas, con una letra clara y ordenada, reflejan la evolución de la creación literaria del escritor todavía en ciernes.
Por ejemplo, el esbozo argumental de “Monsieur Pain“, que se convertiría en “La senda de los elefantes” en 1984. También hay referencias a “El espíritu de la ciencia ficción“, que se publicó de manera póstuma en 2016.
Pero sobre todo nos permiten enterarnos de cómo vive en Girona, “un pueblo miserable pero con bonitas ruinas medievales“, de su vieja estufa eléctrica, de que baila para soportar el invierno, de la música que escucha, de su revista ‘Berthe Trepat‘, que cierra al tercer número porque ya no encuentra poemas para publicar.
Bolaño también está interesado en que lo lea Antonio Skármeta, escritor y paisano, y nos enteramos de que vive solo “desde hace varios años en un departamento a pocos metros del de mi mujer” en la misma calle, el carrer del Lloro de la ciudad catalana.
Vida de penurias
En casi todas, el hilo conductor son las penurias, aunque eso no le hace perder el humor. “Desde 1993, vivo únicamente de la literatura, es decir: vivo pobremente (ahora que lo pienso, como siempre)“.
“Para subsistir se había presentado una y otra vez a innumerables concursos convocados por ayuntamientos e instituciones”, explica Bianchi. En las cartas manuscritas, suele firmar con una gran “R.”. “Al parecer fui yo quien contactó a Bolaño el 17 de agosto de 1979, fecha de la carta más antigua que encontré”, explica Bianchi en la cátedra en homenaje al escritor.
Le escribió para solicitarle colaboraciones poéticas para la revista cultural “Araucaria de Chile“, la revista de referencia del exilio chileno, ligada al Partido Comunista, de la que Bianchi era una de las editoras. Por aquel entonces, Bianchi, exiliada en Francia, había leído algunos de los escritos de Bolaño y de su amigo Bruno Montané, también chileno.
Obsesivo
Según la editora, Bolaño era bastante obsesivo en sus preocupaciones e intereses y hay asuntos sobre los que vuelve una y otra vez a riesgo de ser “majadero”, como él mismo reconoce. A partir de sus cartas podría hacerse un listado de ocupaciones y preocupaciones propias y de su entorno: lecturas, futbolistas, cosas curiosas, cantantes, adición a los juegos de guerra, dice Bianchi.
Esta correspondencia se va interrumpiendo y espaciando al regreso de Bianchi a Chile en 1987, año en que por fin se vieron las caras. Después llegó el éxito, con títulos como “Los detectives salvajes“, ganadora del Premio Herralde en 1998 y el premio Rómulo Gallegos en 1999, y la póstuma “2666“, hasta convertirse, después de su muerte en uno de los escritores más influyentes de la literatura en español.