El maestro germano, de dilatada carrera, ofreció el reciente fin de semana un concierto de gran interés y lucimiento en el Teatro CEAC de la U. Chile, el cual incluyó el “Magnificat” de Bach y la Sinfonía N°2 de Beethoven, al frente de la Orquesta Sinfónica de Chile, la Camerata Vocal de la Universidad de Chile y cuatro solistas cantantes.
Inicialmente, el programa estuvo dedicado al muy conocido y hermoso Himno de Acción de Gracias, el “Magnificat”, de Johann Sebastian Bach, música vocal sacra concebida en ofrenda a la Virgen María, similar a una cantata.
Compuesto hacia 1733, el “Magnificat” de Bach fue concebido en la etapa de sus últimos años en Leipzig, en la cual se desempeñó como Kantor en la Escuela Santo Tomás y Kapellmeister (director musical de capilla). Dividida en doce partes, la obra, compuesta en la tonalidad de Re Mayor, junto a su versión para coro y orquesta, comprende una dotación instrumental de 3 trompetas (cuya enfoque sonoro en esta ocasión fue de excelencia), 2 oboes, flauta traversa (también de gran lucimiento), conjunto de cuerdas, que llevan a un grupo de sonidos muy calificados y un juego de recursos tímbricos, melódicos, rítmicos y dinámicos, que hacen que esta composición de sólo 30 minutos de duración, llegue a deslumbrar en cuanto a sonoridad.
En esta ocasión, se contó con la participación de la Camerata Vocal de la Universidad de Chile, dirigida por el maestro Juan Pablo Villarroel, actuando como solistas los cantantes Claudia Pereira, soprano I; Soledad Mayor, soprano II; María Fernanda Carter, contralto; Felipe Catalán, tenor; y Arturo Jiménez, bajo; todos miembros de la agrupación vocal e instructores del Coro Sinfónico Universidad de Chile, que cumplieron sus roles con corrección, aunque con un enfoque triste de la trama, en general. Partes lucidas de la obra fueron las dos primeras: (“Glorifica”, coro), una introducción del “Magnificat” y el aria para soprano “Et exultavit spiritus meus” (Mi espíritu se regocija en Dios”).Las dos sopranos y la contralto cumplieron sin sobresalir y lo mejor del quinteto solista fue el bajo Arturo Jiménez. El tenor Felipe Catalán se ciñó bien a su rol, sin destacar mayormente.
Después del intermedio, la Orquesta abordó la Segunda Sinfonía de Beethoven, compuesta entre 1801 y 1802, y escrita en gran parte en Heligenstadt, localidad donde el compositor se trasladó en búsqueda de salud ante los primeros síntomas serios de sordera. Dedicada al Príncipe Lichnowski, fue estrenada bajo la dirección del compositor en Viena, en abril de 1803.
La formación orquestal tuvo su base fuerte y de sonido muy puro y vibrante en las cuerdas, aunque el resto de quince intrumentos de las otras tres familias, no desentonó. Hubo una buena labor del director alemán y el grupo de músicos llevó a la Sinfonía de Beethoven a gran altura, en forma pareja en sus cuatro aplaudidos movimientos: I. Adagio molto.Allegro con brío. II. Larghetto. III. Scherzo. Allegro y IV Allegro molto. Los concertinos Alberto Dourtheeeé y Héctor Viveros, tuvieron un impecable comportamiento.