Laurent Cantet, director de ‘El taller de escritura’ (L’atelier, 2017), película que se exhibirá en el Primer Festival de Cine Francés, conversa de esta su última cinta.
por René Naranjo S.
A partir de este viernes 6 de abril, se realizará en salas de Cinemark de Santiago (Alto Las Condes) y Viña del Mar (Mall Marina Arauco) el Primer Festival de Cine Francés. El ciclo trae varios estrenos galos de calidad, entre los que se cuenta ‘El taller de escritura’ (L’atelier, 2017), la más reciente película del realizador Laurent Cantet.
Ganador de la Palma de Oro de Cannes en 2008 con ‘La clase’, Cantet filma la realidad francesa con inteligencia, ojo agudo y un bienvenido sentido social. Su cámara entra con filo en los conflictos contemporáneos y los retrata en toda su complejidad, sin caricaturas ni prejuicios.
Si en ‘La clase’ exploró las tensiones que existen en un curso de la secundaria francesa, en ‘El taller de escritura’ (que tuvo su estreno mundial en el pasado Festival de Cine de Cannes) Cantet se interna en el verano de un grupo interracial de jóvenes en La Ciotat, al sur de Francia, en la costa del Mediterráneo. Es a esta localidad de pasado obrero y presente sin rumbo claro que llega la exitosa escritora Olivia Dezajet (Marina Foïs) para dictar un taller de redacción creativa. El desafío del variopinto grupo de aprendices es escribir un relato policial que dé cuenta de la historia de la comunidad. De a poco, se hace evidente que el joven Antoine (Matthieu Lucci) se siente muy ajeno a la nostalgia de los demás por el pasado común ligado al astillero que existía en el lugar. Soliario y en constante tensión, Antoine pronto entrará en disputas con el resto del grupo y con la propia Olivia, al tiempo que Cantet develará que lo que los separa tiene también relación con el surgimiento de la extrema derecha en Francia.
En medio del frenesí del Festival de Cannes, conversamos con el realizador francés, sin duda, uno de los más notorios del panorama actual en su país.
El taller de escritura, Primer Festival de Cine Francés (c)
– Entiendo que usted tuvo la idea de realizar esta película hace casi 20 años, y que ahora, al rodarla, la cambió y adaptó la historia a la realidad que hoy vive Francia.
– Efectivamente, yo empecé en 1999 a escribir un filme sobre un taller de escritura que realmente existió en La Ciotat, esta pequeña ciudad a orillas del Mediterráneo donde finalmente rodé la película. Eso fue poco antes del cierre del astillero, que era el centro de la vida de la ciudad. Sin el astillero, los jóvenes se sentían ciertamente despojados de su historia, y las autoridades pensaron entonces que era oportuno crear un espacio de reflexión y de expresión sobre ese pasado obrero.
– ¿Cómo perciben en la actualidad los jóvenes de la ciudad ese pasado de la ciudad?
– Hace dos años me decidí a retomar este proyecto, y era evidente para mí que la situación en La Ciotat ya no era la misma. Esa historia obrera de la ciudad hoy es la prehistoria para estos jóvenes, si bien en la película la novelista que dicta el taller, Olivia (interpretada por Marina Foïs), trabaja sobre la idea (igual que yo) de que la historia nos alimenta. Pero para estos jóvenes, no hay nada de eso. Sus sensaciones son que viven en un mundo muy violento, un mundo que no los considera, que los rechaza y que les ofrece muy pocas perspectivas.
– Y a partir de esas sensaciones de marginación, la violencia pasa a ser una posibilidad real, según lo expone usted en la película.
– Lo que me interesó fue ver cómo puede surgir, en este contexto, la tentación de la violencia en esos jóvenes. Es por eso que quise que la novela que empiezan a escribir en el taller fuera una novela policial, donde la violencia estuviera latente, y ver cómo esta ‘violencia aceptable’ en la ficción literariamente podría expresarse en la vida. Para Antoine (el joven actor Matthieu Lucci) esa posibilidad de la violencia es totalmente real.
– En esta dupla protagónica que se va creando entre la escritora Olivia y Antoine se aprecian enormes diferencias generacionales. A medida que avanza el relato, nos damos cuenta que no sólo la edad los separa; en realidad, existe un abismo entre ambos.
– Sí, esta ‘pareja’ que creé en el filme, es la representación de esta fractura que hay entre dos generaciones, entre dos maneras de mirar el mundo. Antoine se mueve en un entorno que pasa mucho más por internet, por cosas muy rápidas, va de un asunto a otro en forma veloz, con el celular pasa el día recibiendo informaciones en pocos caracteres, a través de las redes sociales. Y es verdad que el análisis que uno puede hacer de ciertas situaciones no es el mismo cuando uno lee tres páginas del diario Le Monde que cuando lee un tuit de un periodista. Justamente, la película quiere explorar esa fractura.
Y hay también una fractura social muy fuerte. Para los jóvenes del taller, Olivia representa a la intelectual a la que ellos nunca se podrán parecer, pero también a la parisina, la mujer que lleva una vida acomodada. Creo que el filme mira cómo se comporta este grupo irreconciliable. Y cómo este cara a cara crea tanto odio como deseo.
-En la película se percibe un sentimiento de desconfianza hacia las redes sociales. Es por esa vía que se difunden las ideas de extrema derecha que seducen a Antoine.
-Yo soy un poco reaccionario al respecto, no tengo Facebook ni Twitter, nunca he escrito nada en esas redes, lo siento. Y lo que intenté en la película fue no juzgar. Creo que son otras formas de analizar la realidad, distintas a las mías, que hay que comprender y aceptar.
– Además de las tensiones de violencia que se crean entre los protagonistas (el joven y la mujer madura), también aparece un cierto deseo, que es mucho más ambigüo.
– Tenía ganas de que los cuerpos funcionaran, que hubiera una intención de tomar el poder sobre otro. Sin embargo, no quería que esa tensión fuera el tema del filme. Me gusta que ese deseo esté presente pero creo que en Olivia hay tanto sentimiento maternal como de deseo, en tanto que en Antoine está la atracción hacia ese cuerpo de mujer y al mismo tiempo el rechazo. Yo espero que todo eso transpire y que a través de esa complicidad se pueda apreciar la complejidad del ser humano.