A sus casi 89 años, Cristina Calderón es la última hablante nativa del pueblo yagán, habitantes de los fieros parajes del fin del mundo. Con la “abuela Cristina”, como la llaman sus cercanos, amenaza con desaparecer una parte importante de la cultura de los pueblos originarios chilenos, los yaganes, indígenas canoeros que poblaban los canales y costas de Tierra del Fuego y el archipiélago del Cabo de Hornos.
“Soy la última hablante yagán. Otros igual entienden pero no hablan ni saben como yo”, dice Cristina a un grupo de periodistas que la visitó en la Villa Ukika, el lugar donde reside gran parte del casi centenar de descendientes yaganes que aún sobreviven, a un kilómetro de Puerto Williams, la localidad más austral del planeta.
De rasgos marcados, cara ancha y piel morena, tras la muerte de su hermana Úrsula, el gobierno chileno la reconoció en 2009 como un “Tesoro humano vivo“, destacando su labor como depositaria y difusora de la lengua y tradiciones de su pueblo.
Dedicada hoy a la confección de artesanías, la abuela Cristina logró traspasar a una de sus nietas y una sobrina parte del idioma yagán, un lenguaje no escrito y melódico, en claro riesgo de extinción.
“Las generaciones más jóvenes también conocen la lengua yagán pero no al nivel de Cristina, entonces ahí va a haber una pérdida irreparable”, explica a la AFP el antropólogo Maurice van de Maele, que vive en Puerto Williams.
Un lugar muy favorable
Alejados de la pesca hace ya unas dos generaciones, los yaganes se dedican en la actualidad en su mayoría a las artesanías o a realizar trabajos ocasionales en la construcción, el turismo, servicios de hogar y restaurantes.
La abuela Cristina confecciona canastos de juncos siguiendo las tradiciones ancestrales, además de réplicas de las canoas que usaban sus antepasados y tejidos de lana, que vende en un pequeño negocio levantado al frente de su modesta vivienda en la Villa Ukika.
“Ella no era mucho de mar. Estuvo enseñando (el idioma yagán) en el jardín infantil de Ukika pero ya dejó de enseñar”, narra a la AFP Verónica Morales, coordinadora del programa de conservación biocultural subantártica.
Asentados en el extremo sur del continente americano hace unos 6.000 años, antes de la llegada de los europeos su población estimada alcanzaba a unos 3.000 indígenas.
Los yaganes pasaban gran parte del tiempo navegando en los bravíos mares de esta zona de Chile, unos de los más tormentosas del planeta, cementerio de más de 10.000 marineros y 800 buques desde el siglo XVII, de acuerdo a datos de la Marina Chilena.
Semidesnudos, los yaganes cubrían su cuerpo con grasa de lobo marino y usaban pieles de lobos para soportar las bajas temperaturas, que llegan a una media anual de 5 grados Celsius.
“Pero para los yaganes eran condiciones muy favorables. Vivían prácticamente desnudos ya que las temperaturas en esta zona no son tan bajas al ser un archipiélago rodeado de mar. Acá también había una cantidad de recursos alimenticios enormes”, dice Van de Maele.
Mientras los hombres se dedicaban a la caza de animales marinos, las mujeres contribuían con la construcción de viviendas, el cuidado del fuego y la preparación de alimentos.
El impacto comenzó hace unos 150 años con la presencia de colonos europeos en la zona, que llevó a los indígenas a ir perdiendo paulatinamente sus rasgos culturales, adoptando el sedentarismo y comenzando a usar vestimentas.
Se mantienen, no obstante, algunas tradiciones como la fabricación de canastos de junco que recolectan al final del invierno austral y tejen sin utilizar en su confección ningún instrumento moderno.
Perduran también conocimientos sobre lugares, toponimia, rutas en las montañas, cuentos y leyendas, agrega el especialista.