El 4 de abril de 2005 Carolina Renca Navarrete junto a su madre dejaron a Julio en el Regimiento Reforzado de Los Ángeles. Allí el joven de 18 años realizaría su servicio militar y dejaría postergada la ilusión de estudiar Mecánica.
Sentada en el cálido living de su casa lo primero que recuerda es la triste despedida en el recinto militar. Carolina lloraba desconsoladamente, mientras él le suplicaba que dejara de hacerlo porque lo dejaría en vergüenza frente a sus compañeros. Nunca imaginó lo que vendría.
La tragedia golpea por partida doble
Alto, alegre, deportista, y regalón. Carolina dice que así era su hermano, de quien teme olvidar su rostro con los años, afirma con la voz entrecortada por la emoción.
Asegura que era muy apegado a la familia y que su vida era similar a la de cualquier joven de 18 años, que tenía el anhelo de estudiar Mecánica, para lo cual tenía habilidades.
“Él tuvo días libres. No recuerdo cuántos, sólo que el último domingo, antes de partir, tomamos once todos juntos en el campo”, señala Carolina, recordando con emoción la última vez que vio a su hermano vivo, cuando llegó a la casa de sus padres, ubicada en el sector rural de Los Ángeles, camino a Santa Bárbara.
Aquel domingo se tomaron fotografías, comieron y Julio les contó que partiría a campaña. La idea lo mantenía entusiasmado porque aprendería a esquiar. Había quedado en la compañía Andina.
Pero la motivación y las ilusiones de Julio se vieron interrumpidas por un sinfín de circunstancias que terminaron con la vida de 45 personas.
“Estaba muy oscuro y llovía mucho, por lo que mi papá le dijo a mi madre que fuera a preguntar por el hijo al Regimiento”. El sistema frontal podría continuar, así que ella fue y al regreso dijo que estaban todos bien en un refugio, según le habían informado desde el recinto militar.
Al caer la tarde, se encontraban los tres reunidos tomando once y viendo televisión. En ese momento la vida de la familia Renca Navarrete daría un vuelco del cual jamás se recuperarían.
Carolina cierra los ojos y relata como si se transportara a aquel día cuando escuchó y vio en un avance de noticias que un camión del Regimiento de Los Ángeles se había volcado. “Nosotros nos preocupamos, pero como nos habían dicho del Ejército que estaban en el refugio, lo dejamos pasar, no pensamos que Julio había muerto y menos que era tan grave el accidente”.
Luego apoya su mano derecha en su rostro y mira la luz que ilumina el living de su casa, en el sector Sur de la comuna angelina, y continúa el relato. Se esfuerza por contar con detalles lo que fue lo peor que ha vivido su familia.
Dice que un vecino de la parcela donde trabajaba su padre Luis llegó a la casa y los alertó, pues al parecer el accidente no era menor. Que fueran a Los Ángeles. Ahí comenzó una historia que si bien duró semanas, Carolina siente que sucedió en un solo día.
Hasta el gimnasio del Regimiento angelino comenzaron a llegar los familiares de más de 400 conscriptos. Todos imploraban por saber dónde estaban sus hijos y qué había sucedido. Dos interrogantes que enlutaban a un país y que hasta nuestros días, una parece no tener respuesta.
“No había información clara, sólo sabíamos que algo había pasado, pero sin más detalles. Hay momentos que no recuerdo y por más que me esfuerzo no lo logro. Lo único que escuché varias veces era que ‘estaban dispersos’. Con los días comprendí a qué se referían”.
Fue una tarde de aquellos días de insoportable y angustiosa espera cuando el General en Jefe del Ejército, en ese momento, Juan Emilio Cheyre, les dijo que no había sobrevivientes. Carolina se quedó paralizada y por primera vez vio llorar a su padre, quien se arrodilló en el pasto. Ella debió calmarlo porque quería agredir a Cheyre.
Recordando este episodio, la hermana de Julio llora y toma una pausa. Es el primer momento de la entrevista en que ocurre.
Ambos caminaron silenciosos, en completo shock, hacia la casa, donde los esperaba su madre ansiosa de una noticia de su hijo. No tuvieron que decir ninguna palabra, ya que con sólo mirarlos supo que Julio no regresaría a su lado.
Pasaron otros 10 días para que el cuerpo de Julio fuera hallado en la zona cordillerana de la provincia de Bío Bío, un 28 de mayo.
La llegada
Luego de la noticias, Carolina acompañada de su familia se presentó por varios días en el Regimiento para saber si habían encontrado el cuerpo de Julio, lo que fue confirmado el 28 de mayo.
No puede explicar la contradictoria sensación. Sentían una profunda alegría, sin embargo olvidaban que el joven estaba muerto.
Así comenzó la lucha judicial que emprendieron junto a las familias de los otros 44 fallecidos, que murieron de hipotermia tras realizar una marcha enfrentando bajas temperaturas y una tormenta de viento blanco sin el equipo adecuado.
El duelo de nunca acabar
El padre de Julio y Carolina, Luis, se suicidó el 24 de marzo de 2008, tres años después desde que la nieve le quitara a su hijo. La tristeza volvía a apoderarse con más fuerza de la vida y la historia de esta familia.
“Todos tuvimos una depresión profunda, pero mi papá tenía demasiada pena y nunca se la trató”, explica Carolina la drástica decisión de su padre.
Luis nunca quiso conocer el Memorial de Antuco, ni siquiera ir hasta allá. Tampoco participó de actos conmemorativos realizados por la institución, sólo compartía las velatones o actividades organizadas por las familias de los denominados “Mártires”.
Para Carolina, la muerte de los 44 jóvenes y un cabo segundo, no tuvo un desenlace judicial satisfactorio para las familias. Cuestiona a la justicia militar y pone en duda la democracia que se vive en el país. Con incredulidad asumieron el que sólo una persona pagara con cárcel una tragedia que contempló a más responsables.
Sobre el actual rol que cumplen cinco militares, de los cuales unos recibieron condena y otros quedaron absueltos, Carolina no se inmuta, puesto que para ella es normal que el Ejército los tenga en sus filas. Solamente no le parece que una institución que a su juicio es creíble para el país los tenga trabajando allí.
Respecto a las indemnizaciones, aseguró que el único rico con esto fue el abogado Héctor Meza, quien se quedó con el 25% de cada caso, sostiene Carolina. Algo que justifica porque a su parecer era su trabajo.
Sin embargo va más allá y cuestiona el rol del Estado, que no hizo seguimientos médicos de los familiares, quienes actualmente padecen diversas patologías.
Por lo anterior es tajante en asegurar que es un tema que el Estado aún les debe por la tragedia y dice que se mantendrán atentos a la llegada de la ayuda en salud que comprometió la Presidenta Michelle Bachelet en su primer mandato, con la esperanza que se concrete.
Una de 45 historias de vida no grafica la pena, el dolor, la angustia, el desconcierto, la rabia, y los cuestionamietos que a diario viven las víctimas de una tragedia que aún no logra ser descifrada.
Sin embargo refleja la lucha y constancia de cientos de personas que hicieron valer la vulnerabilidad de derecho que sufrieron los jóvenes con la esperanza que en el corto plazo se cumpla con una deuda trasformada en histórica en nuestro país.