Termina la proyección de Julieta en el Festival de Cannes y la emoción invade la enorme sala de tres mil butacas del Gran Teatro Lumiere, en Cannes. La prensa acreditada percibe, de modo prácticamente unánime, que Pedro Almodovar se ha reencontrado con el cine que mejor sabe hacer, con el melodrama desbordante, con las protagonistas mujeres que atraviesan prolongados trayectos de dolor y aflicción, con la inspiración en los clásicos filmes de Hitchcock y Douglas Sirk. Cunden los aplausos.
¿Se había extraviado Almodovar? Convengamos en que al menos sus películas recientes carecían de la intensidad, agudeza y del aliento conmovedor de los filmes que lo consagraron (desde La ley del deseo a Todo sobre mi madre, premiada en Cannes 1999). Junto con eso, ciertos esquemas fundamentales de su cine parecían rodar en el vacío después de Volver (2006) y la artificialidad de la puesta en escena se volvía estéril en ‘La piel que habito’ (2011) e intrascendente en Los amantes pasajeros (2013). En Julieta, en cambio, el cineasta manchego recupera la vertiente mas fecunda de su universo, ese melodrama desatado que no teme llevar a sus personajes de penuria en penuria, de una fatalidad a otra, poseídos por esos sentimientos que pueden destruirlos, siempre apoyados en un guion bellamente escrito, la envolvente música de Alberto Iglesias y en un tono narrativo que evoca el gran cine clásico de los años 40 y 50.
Julieta (Emma Suarez) es una mujer madura que vive en Madrid y que, a raíz de una casual encuentro con una conocida en la calle, siente la necesidad imperiosa de revisar aspectos ensombrecidos de su vida y de ajustar cuentas con ellos. Lo que sigue es, entonces, un regreso al pasado, a los días mozos de Julieta (ahí interpretada por Adriana Ugarte), profesora de literatura de la Grecia antigua, instalada en Galicia, al borde el mar, para vivir el amor impetuoso junto a Xoan (Daniel Grao). Esta relación es vigilada de cerca por Marian (una genial Rossy de Palma), quien hace un rol de ‘ama de llaves’ de la casa, y luce totalmente inspirada en la perversa señora Danvers de ‘Rebeca’, de Hitchcock. Del amor entre Julieta y Xoan nace luego una niña, Antia, quien será uno de los ejes del relato.
Con mano magistral a la hora de observar y poner en pantalla los lazos y relaciones que establecen las mujeres entre ellas, Almodovar delinea un filme que acumula emoción y no desaprovecha un segundo para acrecentar la angustia que padece Julieta. Este proceso interior es revelado como una novela que se escribe y despliega ante los ojos del espectador, con la versión de la protagonista sobre los hechos que han marcado su vida, y que se completa con la información parcelada que otros personajes agregan al relato, hasta que el espectador logra formarse la idea precisa que todo lo que ocurrió.
Más allá de las palabras que pueblan el bellamente escrito guion de Julieta, Almodovar incorpora esta vez a la naturaleza como un elemento mas de la narración. La nieve, las nubes grises, el sol cálido de Andalucia son parte destacada de la puesta en escena; y el mar, en especial, juega un rol clave, lo que resulta coherente con los mitos griegos que ensena Julieta en sus clases. El mar posee en este filme una potencia relevante y, en mas de un momento, adquiere un sentido equivalente al del destino.
Julieta es una historia de perdida y recuperación de los afectos a lo largo de la vida, del esfuerzo de lidiar con las culpas y los desengaños, filmado de manera inmejorable, que devuelve a Pedro Almodovar al plano principal del cine global y al rumbo del que se había apartado en los últimos anos.