Director de cinta ‘Aquí no ha pasado nada’ habla sobre los poderes fácticos en Chile

ARCHIVO | Mychele Daniau | AFP
ARCHIVO | Mychele Daniau | AFP
visitas

El cineasta chileno Alejandro Fernández llegó a Berlín con su cuarto largometraje, inspirado en un caso real que muestra que la justicia no vale para todos. Por lo general, el pez grande se come al chico.

Vicente, interpretado por el veinteañero Agustín Silva, se muestra seguro de sí mismo, conquistador y fiestero. Se le ve una noche en un coche con otros jóvenes que apenas conoce. La mayor parte del tiempo va en el asiento trasero, bebiendo y besando a sus nuevas amigas.

La noche de exceso deja como saldo un atropellado, del que el joven conquistador se entera al día siguiente. Sus amigos lo señalan como el que conducía el automóvil. En el papel de su madre, Roxana, vuelve a la pantalla grande Paulina García (actriz ganadora del Oso de Plata por su rol en Gloria). La familia del joven está bien posicionada; su padre y su tío son abogados. Pero nada comparado con el poder del padre del muchacho que iba al volante. Es un senador e industrial que no puede permitir que su reputación se manche. La cinta, que llegará a los cines chilenos en abril, provocará rabia, vaticina el elocuente cineasta nacido en Chillán, en el centro sur de Chile.

Deutsche Welle: Su película está basada en un caso de la vida real. ¿Por qué le motivó ese caso?

Alejandro Fernández Almendras: Fue un caso muy comentado en Chile, el caso del hijo de un senador de derecha muy poderoso que fue acusado de atropellar y matar a una persona y no haberle prestado ayuda después de haberlo atropellado. Desde el principio estuvo marcado por una serie de irregularidades. La autopsia tuvo que hacerse dos veces, la alcoholemia no se le hizo en un tiempo prudente, las declaraciones de los testigos eran bastante contradictorias. Era un caso bastante turbio. En un primer juicio tuvo un cargo menor que no implicaba cárcel para el hijo del senador, y en el segundo fue absuelto de toda culpa, o sea que ni siquiera tuvo que sufrir ningún tipo de condena. Generó una reacción de repudio muy grande entre la opinión pública.

(cc) Agustin Silva

(cc) Agustin Silva

¿Puede más la presión social frente al dinero y el poder?

En Chile son los poderes fácticos los que influyen en la creación de las leyes. Castigan de manera muy ruda los crímenes cometidos por los pobres, el hurto menor, el robo, y por otro lado las estafas, los desfalcos, los grandes robos institucionales no se castigan con cárcel. Es un país que durante las décadas de los 80 y 90 sufrió una gran concentración del poder económico, productivo y comercial. Hay muchos monopolios y oligopolios funcionando en Chile y cada semana aparece un nuevo caso de colusión. Las farmacias se coludieron durante diez años para subir el precio de los medicamentos, aquellos que la gente necesitaba consumir a diario, de enfermedades crónicas. Tuvieron ganancias de cientos de millones de dólares y al final pagaron multas ridículas. Nadie terminó en la cárcel. La creación y aplicación de las leyes sirve para dividir socialmente el país.

El poder de estos grupos fácticos se ve en toda América Latina…

Es algo que cruza transversalmente a América Latina pero también funciona en muchos países desarrollados. En Estados Unidos si se tiene dinero se puede comprar una buena defensa. Mi anterior película, Matar a un hombre, muestra un poco lo que es el mundo de la justicia desde la perspectiva de los de abajo. En este caso quería abordar la justicia de los ricos. Es una película que siempre se mantiene en la clase alta.

¿Por qué le ha interesado la justicia o, más bien, la injusticia?

Tal vez haya un abogado frustrado en mí. Me parece muy interesante la manera como nos relacionamos y nos normamos a partir de reglas y de leyes. Eso es lo que nos diferencia de una sociedad que no se rige por esas leyes, por eso me parece muy importante por un lado crear leyes que nos representen y por otro hacerlas respetar, porque ahí hay una hipocresía en la sociedad. Tengo planeado una tercera película que tiene que ver con la justicia a nivel de empresas. Es la abstracción de la justicia por tratarse a un nivel macro.

(cc) Agustin Silva

(cc) Agustin Silva

¿En qué momento se encuentra el cine chileno?

Una de las gracias que tiene la cinematografía chilena es que es muy diversa. Pocas películas se parecen entre sí. Lo que yo hago no se parece a lo que hace Sebastián Lelio, o lo que hace Pablo Larraín, o lo que hace la gente que hace documental o las películas que están haciendo las generaciones más jóvenes. Son propuestas diferenciadas unas de otras, por lo que es muy difícil hablar de un cine chileno. Al contrario de otras cinematografías que tal vez mantienen ciertos elementos en común. En Argentina se pueden ver dos o tres corrientes bastante claras. Chile es muy diverso, cada director es un mundo.

En la película aparecen mensajes de texto que permiten al espectador enterarse de lo que sucede desde otra perspectiva…

Las convenciones cinematográficas tienen que irse adaptando a los tiempos. Yo he perdido la cuenta de la cantidad de amigos y amigas que terminaron con su pareja por mensaje. Se dicen cosas tremendas por Whatsapp. Así como al cine le tomó un tiempo muy largo adaptarse al teléfono celular, lo mismo está pasando con los mensajes de texto. Generamos relaciones que no son físicas, ni siquiera son habladas, como en el teléfono. Son literarias. Cortas, pero no por eso carentes de profundidad. Es volver a la mini carta de principios del siglo XX.

    visitas

El cineasta chileno Alejandro Fernández llegó a Berlín con su cuarto largometraje, inspirado en un caso real que muestra que la justicia no vale para todos. Por lo general, el pez grande se come al chico.

Vicente, interpretado por el veinteañero Agustín Silva, se muestra seguro de sí mismo, conquistador y fiestero. Se le ve una noche en un coche con otros jóvenes que apenas conoce. La mayor parte del tiempo va en el asiento trasero, bebiendo y besando a sus nuevas amigas.

La noche de exceso deja como saldo un atropellado, del que el joven conquistador se entera al día siguiente. Sus amigos lo señalan como el que conducía el automóvil. En el papel de su madre, Roxana, vuelve a la pantalla grande Paulina García (actriz ganadora del Oso de Plata por su rol en Gloria). La familia del joven está bien posicionada; su padre y su tío son abogados. Pero nada comparado con el poder del padre del muchacho que iba al volante. Es un senador e industrial que no puede permitir que su reputación se manche. La cinta, que llegará a los cines chilenos en abril, provocará rabia, vaticina el elocuente cineasta nacido en Chillán, en el centro sur de Chile.

Deutsche Welle: Su película está basada en un caso de la vida real. ¿Por qué le motivó ese caso?

Alejandro Fernández Almendras: Fue un caso muy comentado en Chile, el caso del hijo de un senador de derecha muy poderoso que fue acusado de atropellar y matar a una persona y no haberle prestado ayuda después de haberlo atropellado. Desde el principio estuvo marcado por una serie de irregularidades. La autopsia tuvo que hacerse dos veces, la alcoholemia no se le hizo en un tiempo prudente, las declaraciones de los testigos eran bastante contradictorias. Era un caso bastante turbio. En un primer juicio tuvo un cargo menor que no implicaba cárcel para el hijo del senador, y en el segundo fue absuelto de toda culpa, o sea que ni siquiera tuvo que sufrir ningún tipo de condena. Generó una reacción de repudio muy grande entre la opinión pública.

(cc) Agustin Silva

(cc) Agustin Silva

¿Puede más la presión social frente al dinero y el poder?

En Chile son los poderes fácticos los que influyen en la creación de las leyes. Castigan de manera muy ruda los crímenes cometidos por los pobres, el hurto menor, el robo, y por otro lado las estafas, los desfalcos, los grandes robos institucionales no se castigan con cárcel. Es un país que durante las décadas de los 80 y 90 sufrió una gran concentración del poder económico, productivo y comercial. Hay muchos monopolios y oligopolios funcionando en Chile y cada semana aparece un nuevo caso de colusión. Las farmacias se coludieron durante diez años para subir el precio de los medicamentos, aquellos que la gente necesitaba consumir a diario, de enfermedades crónicas. Tuvieron ganancias de cientos de millones de dólares y al final pagaron multas ridículas. Nadie terminó en la cárcel. La creación y aplicación de las leyes sirve para dividir socialmente el país.

El poder de estos grupos fácticos se ve en toda América Latina…

Es algo que cruza transversalmente a América Latina pero también funciona en muchos países desarrollados. En Estados Unidos si se tiene dinero se puede comprar una buena defensa. Mi anterior película, Matar a un hombre, muestra un poco lo que es el mundo de la justicia desde la perspectiva de los de abajo. En este caso quería abordar la justicia de los ricos. Es una película que siempre se mantiene en la clase alta.

¿Por qué le ha interesado la justicia o, más bien, la injusticia?

Tal vez haya un abogado frustrado en mí. Me parece muy interesante la manera como nos relacionamos y nos normamos a partir de reglas y de leyes. Eso es lo que nos diferencia de una sociedad que no se rige por esas leyes, por eso me parece muy importante por un lado crear leyes que nos representen y por otro hacerlas respetar, porque ahí hay una hipocresía en la sociedad. Tengo planeado una tercera película que tiene que ver con la justicia a nivel de empresas. Es la abstracción de la justicia por tratarse a un nivel macro.

(cc) Agustin Silva

(cc) Agustin Silva

¿En qué momento se encuentra el cine chileno?

Una de las gracias que tiene la cinematografía chilena es que es muy diversa. Pocas películas se parecen entre sí. Lo que yo hago no se parece a lo que hace Sebastián Lelio, o lo que hace Pablo Larraín, o lo que hace la gente que hace documental o las películas que están haciendo las generaciones más jóvenes. Son propuestas diferenciadas unas de otras, por lo que es muy difícil hablar de un cine chileno. Al contrario de otras cinematografías que tal vez mantienen ciertos elementos en común. En Argentina se pueden ver dos o tres corrientes bastante claras. Chile es muy diverso, cada director es un mundo.

En la película aparecen mensajes de texto que permiten al espectador enterarse de lo que sucede desde otra perspectiva…

Las convenciones cinematográficas tienen que irse adaptando a los tiempos. Yo he perdido la cuenta de la cantidad de amigos y amigas que terminaron con su pareja por mensaje. Se dicen cosas tremendas por Whatsapp. Así como al cine le tomó un tiempo muy largo adaptarse al teléfono celular, lo mismo está pasando con los mensajes de texto. Generamos relaciones que no son físicas, ni siquiera son habladas, como en el teléfono. Son literarias. Cortas, pero no por eso carentes de profundidad. Es volver a la mini carta de principios del siglo XX.