La escena puede rozar el absurdo. Un cliente arriba a Jarana, el restobar de Concepción ubicado en Paicaví 463, y pregunta con un dejo de inseguridad a uno de los dependientes: “Disculpa, me dijeron que acá venden algo… una hueá que es buena“. “Ah, ‘La Wea Buena’, sí, pasa“, recibe por respuesta.
El uso del tradicional chilenismo, empleado para denominar prácticamente cualquier elemento existente en el Universo, está lejos de ser gratuito. El plato de papas fritas cubierto de salsa de pollo y champiñones ha alcanzado un éxito que sus creadores -Christopher Rodríguez, Mario Gutiérrez y Luis Romero- aún no saben si atribuirlo a su sabor o a su peculiar nombre.
Su recepción incluso queda plasmada en que el producto tiene su propio fanpage en Facebook, con una cantidad considerablemente mayor de seguidores que la página del bar. Ello se consolidó tras un concurso para celebrar los 1.000 likes de “La wea buena”, pasando en pocos días a tener más de 3.700 nuevos seguidores.
Los tres administradores, de 27 años, reconocen que “La Wea Buena” es una marca mucho más conocida que el nombre del local, que inició sus operaciones en marzo de 2014. Pero si bien la creación del plato nació de un experimento, el trabajo para lograr que el negocio les diera dividendos estuvo lejos de ser algo que se alcanzara de la noche a la mañana.
¿Y si hacemos un bar?
Christopher es publicista, Mario tiene estudios en ingeniería Comercial y Luis es licenciado en Arte, y se han esforzado por plasmar su formación en el local.
“Si miras las paredes se nota la influencia de Lucho en toda la parte estética. Hay cuadros, fotografías de artistas locales, y todos esos contactos los hizo el Lucho. Yo le di en la parte del marketing del local, he metido harta mano en las redes sociales, armando concursos y diseños. Mario también, cuando empezamos a ordenar el negocio fue el primero en tirar los números, en calcular los costos”, relató Christopher Rodríguez a BioBioChile.
Ellos se conocieron en el Liceo Comercial y compartieron toda la enseñanza media. Si bien sus caminos se separaron en la universidad, siempre estuvieron en contacto permanente.
El joven promedio al menos una vez en la vida piensa en instalar un bar como medio para sustentarse. Ese proyecto se instaló en la cabeza de Mario, quien fue el primero en “disparar”: “Hace rato tenía la idea, quería hacer un bar. Le conté a los chiquillos, y hubo un momento en que, tomándonos unas cervezas, dijimos ‘puta, hagamos un bar’”.
En esta fase preliminar, la idea que abrigaron por varios años sonaba bien, aunque Christopher reconoce que en la práctica no todo es tan bonito.
“Nunca se te pasa por la cabeza que tienes que andar limpiando un ‘paté’ [vómito] que alguien dejó en el baño. Tú ves la parte bonita nomás en tu mente y nunca piensas lo sacrificado que es, ponte tú, en el tiempo que tienes que invertirle, en que a veces sacrificas tiempo familiar o implica trasnoche”, añade.
En primera instancia Jarana abriría en julio de 2013, pero replantearon la apertura y fue pospuesta para marzo de 2014. Para esto, aprovecharon su vasto conocimiento de todos los locales de Concepción que recorrieron por muchos años, sin saber que estaban “investigando” para su futuro negocio.
“Lo que vemos como local es el resultado de años de recorrer bares, encontrar detalles. La mayoría eran detalles que no nos gustaban de los locales, los descartamos y terminamos con todos los detalles buenos que sí nos gustaron. El control de calidad y la prueba de todo siempre pasa por el filtro de nosotros. Si nos gusta, que es lo más importante, queda claro que a la gente también”, comenta Luis.
Cómo nació “la weá”
Sin alcohol la creatividad se vio forzada a salir. Al menos a eso debieron apelar Mario, Luis y Christopher ante la lenta tramitación de la patente de alcohol para el restobar. Por ello, solo debían apostar por vender comida para paliar los gastos de arriendo y no perder esa inversión.
Lo primero que se les ocurrió fue vender colaciones, por lo que abrían el recinto a la hora de almuerzo para este fin. Esto mismo los empujó a querer experimentar, preparando lo que harían cuando al fin pudieran vender alcohol.
“Nos quedábamos trabajando y hacíamos pruebas de ingredientes. Pensábamos en lo que tendríamos de oferta en la carta cuando abriéramos como bar. Pensábamos que nos debían reconocer por un sandwich, por alguna pizza, y realizamos un montón de pruebas”, afirma Christopher Rodríguez.
Ni las pizzas ni los sandwiches dieron resultado, pero no por eso se terminaron sus ansias por experimentar.
“Un día nos quedamos acá, antes de abrir formalmente el bar, teníamos hambre y empezamos a mezclar las cosas que nos quedaron”, relata Luis. “De todo lo que probamos, salió casi como… no sé si decir ‘accidente’, pero azaroso, de una manera azarosa la mezcla de las papas. Ahí las empezamos a perfeccionar”.
El nombre no hubo que buscarlo en ninguna parte, simplemente salió en la etapa de pruebas. Al final, su denominación se grabó del comentario que más escucharon sobre el nuevo plato: “La Wea Buena”.
“Le dimos el palo al gato y a la gente le encantó no solo por la mezcla de los sabores, sino que incluso hasta por el nombre. Por el nombre se vendía sola. La gente que llegaba por primera vez la veía en la carta y decía ‘mhh, La wea buena’, y se cagaba de la risa, y decía ‘si se llama ‘La wea buena’, debe ser buena’”, reflexiona Christopher.
Eso sí, no todos los clientes estaban de acuerdo en un principio con evocar el chilenismo presente en el nombre de la preparación. Sobre esto, Mario recuerda que algunas personas pedían “La cosa buena”. “Otros señalaban con el dedo. ‘¿Me trae una de esas?’”.
Los ingredientes que emplean para el plato son naturales, y si bien reconocen que podrían emplear papas prefritas para acortar tiempo y aminorar las críticas por las demoras en las entregas de los pedidos, el sello no sería el mismo.
El sello, la gente y la “mesera clonada”
Uno de los factores de la gran acogida que ha recibido el plato, para los tres administradores, es que a diferencia de un sandwich o un completo, “La wea buena” se comparte, y eso repercute en el ambiente del local.
“El ambiente acá es totalmente de esa onda. Es súper importante que el plato se pueda compartir. El sándwich te limita al espacio personal, en cambio con ‘La wea buena’ solo necesitas otro tenedor más y se arma la fiesta”, asegura Luis.
Su opinión es compartida por Christopher, quien afirma que los productos “individuales” no tuvieron mucha recepción, a diferencia de los compartidos.
“Eso es súper importante, porque el público que viene a Jarana son grupos de amigos, por lo menos son parejas. Siempre vienen de a dos o más personas. Y siempre vienen con esa mentalidad de compartir, y el sandwich o cualquier producto individual no pega acá en este local, en este sector, con el público de Jarana no funcionaron”, agrega.
Lo anterior, según los administradores, confluye en un clima apropiado para poder pasar un rato agradable con un grupo de amigos en un local lleno de peculiaridades. Entre estas, destacan a su “mesera clonada”: si bien su mesera titular y la única que se suma al trabajo de ellos tres es Javiera, en muchas ocasiones debe ser reemplazada por su hermana gemela, Camila.
“Es divertido, porque cuando las reemplazamos nadie se da cuenta, es como que siempre estuviera la Javi”, dice Christopher, subrayando que Jarana es “el primer bar de Chile que tiene un clon de mesera”.