Una hazaña de ingeniería transformó lo que fue una base estadounidense de la II Guerra Mundial en el primer aeropuerto 100% ecológico del mundo, y en una de las reservas naturales a su vez más frágiles del planeta: las islas Galápagos, en el Pacífico ecuatoriano.
Hace 70 años el trajín bélico hizo huir a las iguanas terrestres de Baltra, una de las 13 islas del archipiélago que inspiró la teoría darwinista de la evolución.
Hoy, a orillas de la pista que construyeron los estadounidenses para reaccionar al eventual avance japonés sobre el océano Pacífico, de nuevo puede verse correteando a una iguana bajo el calor intermitente de Galápagos.
Terminada la II Guerra Mundial, estos reptiles no volvieron a pisar la isla por mucho tiempo. Los biólogos, cuentan los responsables de la exbase militar, tuvieron que “reintroducir” a este especie en Baltra, donde además de aviones de guerra llegaron perros y gatos que amenazaron su supervivencia.
Ahora las iguanas están de vuelta. Cuando uno de estos animales merodea por la pista, ante la inminente llegada de un avión con turistas, funcionarios debidamente entrenados los toman por la cola y los llevan a un lugar seguro.
La imagen revela una espectacular metamorfosis: Baltra dejó de ser un depósito de material de guerra, en cuyos alrededores todavía se encontraban hasta hace poco bombas inutilizables, para acoger el que es considerado el único aeropuerto verde del planeta, ubicado a unos 1.000 km de la costa ecuatoriana.
“Pasamos de ser un lugar donde había ejército y aviones a un aeropuerto 100% ecológico”, se enorgullece Ezequiel Barrenechea, presidente de la Corporación América, empresa argentina que opera en concesión el aeropuerto Seymour, en una entrevista con la AFP.
Cosas que antes solo contaminaban
Hasta 2011, el aeropuerto de Baltra, uno de los tres que sirve a Galápagos, era una estructura de madera con una torre de control que le daba el aspecto de un gigante de metal perdido en la nada.
Ese año inició su espectacular transformación. Durante 15 meses cientos de obreros desarmaron el aeropuerto como si fuera un rompecabezas y reutilizaron la madera y todo lo que pudiera servir para levantar la nueva central aérea bajo un imperativo: tenía que ser absolutamente sustentable.
Una obra de 40 millones de dólares sobre la que hoy cuelgan varias distinciones por su relación armoniosa con el ambiente, en una reserva donde habitan especies únicas con rasgos prehistóricos como tortugas gigantes e iguanas de varios colores.
“Construir en Galápagos de por sí ya es muy difícil, porque todo debe ser traído desde el continente en barcazas, pero construir de forma sustentable es todavía más complejo en cualquier parte. Si juntas eso tienes un logro de ingeniería importante”, sostiene Barrenechea
Este argentino no se vanagloria en vano. El aeropuerto ecológico de Galápagos obtuvo en 2014, meses después de su plena entrada en funcionamiento, la más alta certificación en construcciones sustentables, el Leed Gold del Usgbc (Consejo de la Construcción Sustentable de Estados Unidos por sus siglas en inglés).
Fue la primera vez que un aeropuerto completo recibía tal reconocimiento. Antes apenas una extensión de la terminal de San Francisco, en Estados Unidos, había sido distinguida por su coexistencia amigable con la naturaleza.
A este aeropuerto turístico -por el que pasan unas 400.000 pasajeros al año- lo mueve el viento y el sol que abundan en Baltra. Paneles solares y tres gigantes molinos eólicos lo proveen de energía. “Acá todo opera con energía renovable”, destaca Jorge Rosillo, gerente general del aeropuerto, durante el primer recorrido abierto a la prensa.
Salvo en el cuarto de máquinas, no hay aire acondicionado. Tampoco hay vidrios y las bases cilíndricas que sostienen la terminal aérea fueron alguna vez tubos que llevaron petróleo, uno de los grandes contaminantes del planeta, destaca Rosillo.
A primera vista el aeropuerto de Galápagos es una construcción gris, apagada, en medio de un terreno casi desértico y deshabitado. El viento corre a placer. Es una obra de 6.000 m2 de techos muy altos y acabados en piedra volcánica, característica en la zona. En este lugar todo es pensando en función del ambiente.
“Un usuario no nota la diferencia porque funciona igual que cualquier aeropuerto”, señala Barrenechea. Y lo que es más destacable aún: ciudades altamente contaminadas podrán levantar aeropuertos similares, según el responsable.