Uno de los más sangrientos y crueles episodios bélicos que recuerde la humanidad ocurrió en América Latina y es escasamente recordado. Unos 3.500 “niños soldado” fueron masacrados a sangre fría por un ejército de 20 mil soldados profesionales.
Era 1869 y Paraguay era demolido por el más cruento conflicto bélico de su historia y, probablemente, del continente: la Guerra de la Triple Alianza, que enfrentó a este país con sus vecinos Uruguay, Brasil y Argentina. Según algunos historiadores, el país guaraní perdió entre el 50 y el 80 por ciento de su población. No pocos hablan de un cuasi “genocidio”.
Y cómo no, si el gobierno de Francisco Solano López, al ver diezmadas sus fuerzas, ordenó reclutar niños desde los 7 años para labores de apoyo, que fácilmente terminaban en el campo de batalla, según recoge la historiadora alemana Barbara Potthast, de la Universidad de Colonia.
Fue así como, disfrazados con bigotes y arrastrando palos, miles de niños paraguayos murieron sin piedad bajo las fuerzas brasileñas, intentando –heroicamente para algunos- cubrir las espaldas de su presidente, que huía sobrepasado…
“La batalla de los niños” en Acosta Ñu
El 19 de agosto de 1869, el mariscal López escapaba de la ofensiva aliada que a esa altura ya aniquilaba al pueblo paraguayo. Para retrasar al enemigo, el mandatario dejó atrás un batallón de unos 4 mil “hombres”: 500 veteranos rodeados de 3.500 niños, con edades que llegaban incluso a los 6 años, según aventuran algunos académicos.
Iban disfrazados con harapientos uniformes y falsos bigotes y barba, con el fin de que el atacante los tomara por adultos y les presentara combate. Según relatos de la época, los pequeños resistieron por largas horas, hasta que fueron encerrados por 20 mil soldados brasileños.
En plena batalla, los más pequeños “despavoridos se agarraban a las piernas de los soldados brasileros, llorando que no los matasen. Y eran degollados en el acto”, cuenta el periodista brasileño Julio José Chiavenato, reconocido especialista en la historia paraguaya.
El escritor cuenta también el drama de las madres, que escondidas en la selva, observaban el desarrollo de la lucha y al caer la tarde, salían a rescatar los cadáveres de sus hijos y socorrer los pocos sobrevivientes. En ese momento los atacantes incendiaron la maleza, quemados a los niños y sus madres.
No contentos con la masacre, las tropas brasileñas, comandadas por el Conde D’Eu, rodearon un hospital cercano al campo de batalla, en Peribebuy, y lo incendiaron. Aquel enfermo que osaba huir, era devuelto a punta de bayoneta hacia las llamas, relata Chiavenato en su libro “Genocidio Americano”.
¿Cómo se llega a una tragedia así?
Cuesta entender cómo un gobernante obliga a toda su población empuñar las armas y cómo el oponente no se arruga en arrasar con “enemigos” que apenas podrían levantar un arma del suelo. ¿Son estas masacres privativas de una época pasada? ¿Estamos seguros que hoy no podría repetirse algo similar?
De acuerdo a testimonios de la época citados por Barbara Potthast, había “un fanatismo creado artificialmente por López” que se sumaba al miedo a sufrir la violencia de los invasores. Sin embargo, hay quienes aseguran hubo patriotismo y convicción a temprana edad, en un ambiente donde todo era guerra y política.
“Los niños que vivían guerras como la paraguaya, que implicaba a toda la población, maduraron precozmente. Su visión de la guerra y de su rol se formó durante los años de combate y fue moldeada por la propaganda. Así, no eran solo víctimas de la guerra sino también de un discurso nacionalista que no es privativo del Paraguay, ni de los siglos XIX y XX”, explica la historiadora.
En ese sentido señala que “la pregunta no debe ser si los niños se vieron involucrados por patriotismo o por la fuerza, sino cuál era el mundo en el que vivían”.