El fallido proyecto nazi de dominación traspasó los límites del continente europeo. Antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, los líderes del nacionalsocialismo, ya asentados en el poder, comenzaron a estirar su brazo de influencia en distintas latitudes a modo de preparación de un conflicto inminente e inevitablemente global.
En América Latina, por ejemplo, las colonias alemanas y los grupos simpatizantes del régimen recibieron el mensaje en la antesala de la guerra, creando células hitlerianas que ganaron importante campo de acción en la arena política a partir de los años ’30.
En Argentina, Chile y Brasil, principalmente, el nazismo local se desarrolló con inusitado éxito, replicando la eficaz lógica discursiva que cautivó a Alemania.
En nuestro país, el partido Nacista –la ‘c’ en reemplazo de la ‘z’ como muestra de criollismo- alcanzó representación en la Cámara de Diputados con Jorge González von Marées, su líder histórico, el mismo que se entregó a la justicia tras la Matanza del Seguro Obrero en 1938, cuando 63 miembros de las juventudes nacionalsocialistas chilenas se parapetaron en rechazo al gobierno de Arturo Alessandri Palma.
Ese mismo año, la Alemania nazi comenzó con una serie de anexiones territoriales bajo el pretexto de recuperar los sitios en donde existiera población germánica. Fue entonces como agregó a su cartografía regiones de Austria, Checoslovaquia y Polonia, lo que finalmente prendió la mecha de una segunda guerra en menos de 25 años.
Hitler entendió la respuesta de sus enemigos naturales, aunque le sorprendió la premura en la declaración de hostilidades del Reino Unido y Francia. Como fuere, su prioridad era correr hasta todos los rincones posibles el límite del mapa del Tercer Reich, ya sea donde hubiese reductos arios o intereses estratégicos.
¿Fue América Latina alguna vez parte del plan del Führer?
En base a las investigaciones especializadas en la materia, la respuesta a esa pregunta es con toda seguridad sí. Fuera de las abundantes conspiraciones, la Alemania de Hitler siempre miró de reojo el subcontinente americano, mucho antes de que Estados Unidos decidiera ingresar en la contienda.
El libro ‘América nazi’ de los periodistas Jorge Camarasa y Carlos Basso, argentino y chileno, respectivamente, indaga en el andamiaje creado en Sudamérica desde antes de la guerra para transformar el cono sur en suelo fértil de criminales de la esvástica en su evasión de los juicios post guerra.
Los autores explican de la siguiente manera la percepción de Hitler: “Su teoría del Lebensraum, o suelo vital, en función de la cual invadió cuanto país limitara con el suyo, no se limitaba a Europa, y desde el comienzo mismo del imperio, América Latina había estado dentro de sus cálculos, entre otras cosas, debido a la cantidad de alemanes residentes allí”.
Pese a lo explícito del plan sudamericano de Hitler, nunca existió un intento decidido por aproximarse y extender su zona hasta el extremo más austral del planeta.
Sin embargo, la duda latente sobre el efectivo poder del Reich para recaer América Latina fue caldo de cultivo para numerosas especulaciones sobre los desvaríos del líder alemán y lo que habría sido su deseo más íntimo de dominar el mundo.
La teoría de la Sudamérica nazi
Hasta 1941, la Segunda Guerra Mundial era una conflagración eminentemente europea. Muy al pesar del Reino Unido, Estados Unidos, aunque en sintonía con los aliados, rehuía de sumarse a los beligerantes para combatir al Eje. El recuerdo de la Primera Guerra Mundial aún estaba fresco en la opinión pública y política norteamericana.
De todos modos, ello no obstaba que el gobierno de Franklin D. Roosevelt siguiera con absoluta atención todos los antecedentes de la guerra y los movimientos de Hitler, a quien veía como una amenaza global.
“Me limito a repetir lo que ya está escrito en el libro nazi de la conquista del mundo. Ellos planean tratar a las naciones latinoamericanas tal como hoy tratan a los Balcanes. Luego, planean estrangular a los Estados Unidos de América”, diría Roosevelt en un discurso pronunciado el 27 de mayo de 1941, según documenta ‘América Nazi’.
Ese mismo año, ya en octubre, el tono del presidente de los Estados Unidos se endureció, y sus palabras sonaron con más fuerza que de costumbre en América Latina. En una intervención pública que recoge el texto citado, Roosevelt dijo: “Estoy en posesión de un mapa secreto realizado en Alemania por el gobierno de Hitler, por los planificadores del nuevo orden mundial. Es un mapa de Sudamérica y de parte de Centroamérica , tal como Hitler propone reorganizarlas”.
Agregó: “Hoy en esa área hay catorce países distintos. Sin embargo, los expertos geógrafos de Berlín han borrado inexorablemente todas las fronteras existentes y han dividido Sudamérica en cinco estados vasallos, sometiendo todo el continente a su dominio, y también han dispuesto que el territorio de uno de estos nuevos estados títeres incluya la República de Panamá y nuestra gran vía de comunicación, el canal. Ese es el plan. Nunca dejaré que se lleve a efecto”.
Roosevelt no mentía, en sus manos tenía un mapa de la Sudamérica nazi, tal cual la describe. Reordenada y con nuevas fronteras. La Sudamérica funcional a Hitler, arrebatada de la influencia norteamericana y servil al Reich. La peor de sus pesadillas.
Ahora bien, el acusado dibujo nunca fue diseñado en Berlín ni tampoco pasó por el designio del canciller alemán. Fue nada menos que un invento de la inteligencia británica para apurar el ingreso de los Estados Unidos en una guerra que hasta entonces estaba cuesta arriba.
El falso mapa, hasta hoy encontrable en escritos y la web, mostraba a una subdivisión de cinco estados. Estos eran: Argentina (que anexaba Uruguay, Paraguay y parte de Bolivia), Nueva España (Suma de Ecuador, Colombia, Venezuela y Panamá), Brasil (con toda su inmensidad más regiones del altiplano, entre ellas la ciudad capital La Paz), Guyana (intacta) y Chile, que figuraba como el gran país del Pacífico sudamericano (absorbiendo Perú y el oeste boliviano).
Aunque en secreto por décadas –narra ‘América nazi’- la estrategia británica finalmente fue descubierta, abriendo paso a múltiples valoraciones relativas a su forma y fondo. Lo cierto es que su efecto no mermó la postura de Estados Unidos, que en 1941 ingresó oficialmente a la guerra pero luego del ataque de la aviación japonesa a Pearl Harbor, en diciembre, y no motivado por la mentira de Londres.
Sudamérica por su parte, permanecería en la órbita del conflicto, pero principalmente una vez que éste resultó finiquitado. Queriéndolo o no, se alzó como puerto seguro para decenas de asesinos que vieron en territorio chileno, argentino y brasileño, entre otros, sitio perfecto para escapar y permanecer hasta la muerte. Indudablemente, la idea de una Sudamérica nazi en parte llegó a concretarse.