Daniel Mediavilla, de EsMateria.com
En la naturaleza, el engaño está por todas partes. Algunos peces sol macho han desarrollado la capacidad de crecer solo hasta el tamaño de las hembras para poder acercarse a sus huevos sin que ellas u otros machos se percaten y fecundarlos. Las pieles de otros animales, que les permiten confundirse con su entorno, también han evolucionado para engañar a los enemigos. Resulta más llamativo que muchas veces las víctimas del engaño es el mismo individuo que lo ejecuta. Numerosos estudios han mostrado que los seres humanos tenemos dificultades para evaluar nuestras propias capacidades y, desde hace tiempo, los investigadores tratan de comprender qué ventajas puede ofrecer este rasgo aparentemente negativo para haber sobrevivido a la presión selectiva de la evolución.
El autoengaño puede ser muy perjudicial para la salud del que lo practica y sin embargo es un rasgo frecuente. Algunas teorías sostienen que su razón de ser se encuentra en que para engañar mejor a los demás, es mejor que uno mismo esté engañado. Ahora, un grupo de investigadores de varias universidades británicas ha tratado de poner a prueba esa hipótesis y han observado que las personas que sobrevaloran su propia habilidad para llevar a cabo una tarea también son sobrevaloradas por otras personas. En la misma línea que los demás incentivan con aprobación el exceso de confianza, se penaliza su defecto. Las personas que creen ser peores de lo que en realidad son para hacer un trabajo, también son peor evaluadas por las personas de su entorno.
“Si los individuos con mayor exceso de confianza tienen más probabilidades de tener tendencia al riesgo, promoviendo a esos individuos, podemos estar creando instituciones, incluyendo bancos, servicios de emergencia o ejércitos más vulnerables al riesgo”, afirman los autores en un artículo publicado en la revista PLoS One.
Para comprobar su hipótesis, los autores tomaron un grupo de estudiantes al principio de un curso universitario. Estos individuos se reunían para un curso de tutoría antes de comenzar las clases. En ese entorno, estas personas que no se conocían entre ellas interactuaban libremente y se formaban su opinión sobre la capacidad de los demás en la asignatura. Después, se les pidió que evaluasen a los demás, dando una nota y una posición en un ranking de alumnos de la clase y que hiciesen lo mismo con su propio rendimiento.
La autoconfianza hace confiar en los demás
Los investigadores observaron que los individuos que se pusieron una nota más elevada a sí mismos también recibieron una valoración superior de los demás, independientemente de su rendimiento real. En este sentido, los autores vieron una importante correlación entre los niveles de autoengaño y la capacidad para engañar a los demás. Otro efecto detectado en el estudio es que la gente con exceso de confianza también tendió a evaluar con mayor generosidad al resto de participantes mientras las personas que se valoraban a sí mismas por debajo de su rendimiento real también calificaron peor a los otros. Es llamativo también que cuando el experimento se repitió seis semanas más tarde, cuando los alumnos se conocían mejor entre sí, la correlación entre el autoengaño y el engaño a los demás permanecía presente. Por sexos, las mujeres, que suelen tener menos tendencia que los hombres al exceso de confianza, también obtuvieron mejores notas de los demás cuando se sobrevaloraron.
En opinión de los autores, este tipo de estudios tienen implicaciones para muchos tipos de interacciones sociales como la elección de pareja o la contratación de personas, en los que es posible que se esté premiando el exceso de confianza y penalizando su defecto independientemente de la capacidad del individuo.
“Desde las interacciones más pequeñas a las instituciones que construimos, el autoengaño puede desempeñar un papel profundo modelando el mundo en que vivimos”, concluyen. Y proponen que se desarrollen sistemas para incrementar la objetividad de las evaluaciones para puestos como las instituciones educativas o los bancos.