Por Miguel Ángel Criado, de EsMateria.com
Científicos alertan de la necesidad de estudiar mejor la meteorología de la estrella, para anticipar las tormentas solares que podrían dañar las infraestructuras terrestres.
En septiembre de 1859, las líneas de telégrafo del Reino Unido y la costa este de Estados Unidos se vinieron abajo, electrocutando a algunos operadores. Al mismo tiempo, se observaron auroras boreales en latitudes tan bajas como las islas Baleares. Ambos fenómenos tenían la misma causa: la mayor tormenta solar registrada hasta la fecha, conocida como el evento Carrington, en honor al astrónomo británico que detectó la llamarada. ¿Qué pasaría si hubiera un evento Carrington 2? Algunos científicos alertan de que la dependencia de la civilización moderna de la electricidad y la electrónica podría tener consecuencias catastróficas. Otros, sin embargo, mantienen que su impacto sería local. Incluso, es muy probable que la tan temida nueva tormenta solar ya se haya producido y no nos hayamos enterado.
En la edición de agosto de la revista Physics World, un artículo apuesta por el escenario catastrófico en un esfuerzo por alertar de lo poco que se conoce aún al Sol. Parte de que la repetición del evento Carrington es inevitable, incluso que podría suceder a corto plazo. Su punto de llegada es que se dispone ya de la tecnología necesaria para mitigar su impacto y que, con un esfuerzo extra, se podría hacer más para reducir las incertidumbres del tiempo solar.
Uno de los fenómenos más fascinantes de ese enorme imán que es el Sol es que sus polos se invierten aproximadamente cada 11 años . Esta reversión magnética también sucede en la Tierra, pero aquí ocurre cada varios cientos de miles de años. La estrella se encuentra ahora en el máximo de ese ciclo y es en torno a estos máximos cuando la probabilidad de que se produzca una tormenta solar aumenta. Si la llamarada es lo suficientemente grande podría arrastrar consigo ingentes cantidades de radiación, energía y partículas que, si se encuentran a la Tierra en su camino, dañarían seriamente las infraestructuras humanas.
Estas violentas erupciones en la superficie del Sol provocan tormentas solares y van acompañadas de eyecciones de masa coronal (CME, por sus siglas en inglés). Se trata de los eventos más energéticos que tienen lugar en el Sistema Solar, con enormes burbujas de plasma y partículas ionizadas. El evento Carrington, por ejemplo, liberó 1022 kJ de energía, lo que equivaldría a 10.000 millones de bombas de Hiroshima explosionadas a la vez, según el autor del artículo, el investigador de la Universidad de Bristol Ashley Dale. Ahora está enfrascado en el diseño de naves espaciales y satélites a prueba de tormentas solares, pero Dale formó parte del grupo de trabajo SolarMAX, impulsado por varias agencias espaciales para conocer mejor los peligros de las tormentas solares y cómo mitigar su impacto.
Las consecuencias que dibuja Dale en su artículo son tan catastróficas como, en un caso extremo, posibles. En el espacio, satélites y astronautas podrían sufrir el efecto de la radiación solar. En las capas altas de la atmósfera, en particular en las latitudes más altas, sería aventurada la travesía de los aviones. Y, en tierra, los transformadores de alta tensión podrían sobrecargarse hasta degenerar en apagones generalizados, provocando un efecto en cascada que acabaría afectando a todo lo que necesita de la electricidad para funcionar, desde hospitales a internet. Para el investigador británico, sin embargo, el escenario no es alarmista.
“No ha sido hasta los últimos años cuando hemos comenzado a darnos cuenta del alcance de la amenaza de una tormenta solar y lo a menudo que en realidad suceden. Es ahora, con nuestra gran dependencia de la electricidad y nuestra infraestructura espacial, cuando somos más vulnerables”, comenta Dale.
“Un estudio del Consejo Nacional de Investigación de Estados Unidos de 2008 calculó que el apagón de los satélites podría tener un coste de dos billones de dólares sólo el primer año. Más recientemente, el año pasado, la aseguradora Lloyd’s estimaba que los daños colaterales de un nuevo evento Carrington en la economía mundial podrían ascender a 2,6 billones de dólares. En nuestro trabajo, hemos visto que esas cifras son relativamente modestas. Es difícil cuantificar el auténtico alcance de los daños colaterales en el mundo tan complejo e interconectado en el que vivimos”, mantiene Dale.
Una tormenta cada 150 años
La llegada de una tormenta solar a la Tierra se produce en tres fases. En una primera, unas horas después de la llamarada solar, la ionosfera es golpeada por grandes cantidades de radiación ultravioleta, rayos X o rayos gamma. Le siguen muy poco después protones y electrones con una elevada carga y energía cinética. El último en llegar, entre uno y tres días, es el plasma magnetizado de la CME, que interactúa con la magnetosferala capa que hace de escudo protector del planeta frente al viento solar. En condiciones normales la peor consecuencia de esta interacción son unas bellas auroras boreales. Pero, en el caso de una tormenta como el evento Carrington, podría afectar a todo lo que funcione con electricidad.
“Los políticos y los que toman las decisiones tienen que darse cuenta de que las supertormentas no sólo son una amenaza, también son inevitables”, escribe el investigador británico. Incluso le pone fecha. Cada 150 años se produciría una tormenta solar como el evento Carrington y si éste sucedió en 1859, eso significa que debería haber golpeado ya la Tierra. Aún no lo ha hecho, pero hay físicos que han llegado a estimar las posibilidades de que suceda en la próxima década: el 12%.
Sin embargo, para el investigador del Instituto de Astrofísica de Andalucía-CSIC, José Carlos del Toro, estos cálculos son un brindis al Sol. “Ahora mismo no tenemos modelos claros que permitan predecir un evento Carrington cada 150 años”, asegura. “La predicción del tiempo solar está en mantillas, peor que la de la meteorología terrestre hace 50 años”, añade. De hecho, no descarta que un evento Carrington 2 haya sucedido ya.
El Sol siempre ha ‘eructado’
En efecto, grandes tormentas solares se han producido ya en los últimos años. En julio de 2012, por ejemplo, tuvo lugar una doble eyección de masa coronal como la que se cree sucedió en el siglo XIX. Pero en la Tierra nadie se enteró porque el planeta no se encontraba en la línea de tiro de la tormenta solar. Solo el análisis posterior de los datos del observatorio solar STEREO-A, al que pilló de lleno, han permitido saber lo cerca que estuvo la Tierra de la supuesta catástrofe.
“El peligro es real y, más importante aún, cada vez somos más vulnerables”, recuerda del Toro. “El Sol lleva miles de años eructando pero esto es normal en la vida de la estrella. El peligro viene de nuestra creciente dependencia de la tecnología”, añade. Pero, además de no saberse cuándo pasará, también duda mucho del cómo relatado por el autor del artículo.
Para el investigador español, el carácter catastrófico del impacto de una gran tormenta solar no implica que tenga que ser global. “Lo de la globalidad hay que entenderlo como que puede golpear en cualquier sitio, sobre todo cuanto más al norte. Así que hay que descartar del desastre a las zonas más próximas al ecuador, donde la protección magnética es mayor y, claro, la cara del planeta que en el momento del impacto no esté mirando al Sol. Además, las alteraciones electromagnéticas serían locales por lo que el daño en las infraestructuras también. De hecho, las tormentas solares más importantes de los últimos años, las de marzo de 1989 y octubre de 2003, provocaron un apagón de nueve horas en determinadas zonas de Canadá la primera e incendios en transformadores de alta tensión en Sudáfrica la segunda.
En lo que sí coincide del Toro con el investigador británico es en la necesidad de mejorar el conocimiento del Sol. Dale propone en su artículo el despliegue de una constelación de satélites que orbiten alrededor de la estrella. Y en eso anda del Toro. Colidera el desarrollo de uno de los dos instrumentos españoles que irán a bordo de la Solar Orbiter, la misión con la que la Agencia Espacial Europea (la NASA tiene un proyecto gemelo) pretende, en palabras del investigador del IAA “observar el Sol como nunca se ha hecho antes, en especial los polos aún inexplorados”. Esos mismos polos que, cada cierto tiempo, invierten su polaridad.