Desde hace algún tiempo los jóvenes han convertido el carrete en un derecho que reclaman y exigen todos los viernes y sábados por la noche. Como a todo derecho corresponde un deber, éste lo deben asumir los padres: darles el permiso correspondiente y los medios necesarios (dinero y llaves de la casa y del auto) para que puedan ejercerlo tal como lo hacen todos sus amigos.
Claro, porque si el permiso para ejercer el derecho se pone difícil, ese es mejor argumento: “¿y cómo ellos?”
La costumbre, que viene de la Madre Patria, donde se conoce como “la movida”, no tuvo ninguna dificultad para entrar en Chile e implantarse como el único modelo de diversión que la juventud considera aceptable: salir de fiesta tarde en la noche y dormir de día hasta las tantas. Cualquier otra alternativa es una mera lata o una ñoñería propia de “pernos” que no saben estar “a la onda”.
El carrete -no todos, pero no pocos- por los desbordes que origina (piénsese en el alcohol, la droga y la corrupción sexual), se ha transformado en un problema para las autoridades de orden. Cada cierto tiempo, especialmente cuando ocurre algún hecho grave de violencia, todos rasgamos vestiduras solicitando a las autoridades más medidas de control en los lugares que suelen frecuentar los jóvenes.
Es bueno que haya ordenanzas que los controlen, pero bien sabemos que la solución de fondo no está ahí, sino en los hogares, dado que en estos temas hacer la ley, darle cumplimiento y aplicar sanciones es un rol exclusivo e indelegable de los padres.
¿Cómo proceder cuando los hijos quieren salir con sus amigos? Paulino Castells, siquiatra español autor del libro “Salir de noche dormir de día”, contesta así: “Poniendo límites desde el principio, casi desde la cuna. Los chicos agradecen cuando sus padres les someten a una disciplina, porque eso significa que les quieren. Estamos en la sociedad de la permisividad total, que piensa “pobrecitos niños, que no se les contradiga”…pero frustrar es también una forma de educar”.
En efecto, los padres deben ser fuente de exigencias y de límites para todas las actividades que realicen sus hijos, sobre todo para aquéllas que implique algún riesgo. No debe haber “un gallito” permanente todos los fines de semana entre padres e hijos: las normas deben estar claras desde el principio y no deben transarse, porque la responsabilidad de los padres no es sólo cuidar la salud física y sicológica de sus hijos, sino también la moral, que vale mucho más.
De una vez por todas debemos sacarnos la venda de los ojos y reconocer que el carrete, en no pocas ocasiones, hace que nuestros jóvenes se precipiten incluso por debajo del umbral de lo humano.
Abelardo González Alvarado es Psicólogo PUC. Fue Jefe de Personal de la Compañía Siderúrgica Huachipato S.A hasta diciembre de 2011. Actualmente se desempeña como Administrador del Colegio Pinares.