Un desierto podría ser el lugar donde menos esperaríamos encontrar huesos de ballenas. Menos aún si se trata de casi 40 cetáceos en perfecto estado de conservación, acompañados por esqueletos de focas, peces aguja y otras especies marinas.
Sin embargo esta es la principal característica del idóneamente bautizado Cerro Ballena, una localidad al norte de Caldera en pleno desierto de Atacama, cuyo misterio fascinó a los científicos desde 2011, cuando se descubrieron los restos durante la ampliación de la Ruta Panamericana.
En realidad, hallar restos de animales acuáticos en zonas deśerticas no es algo inusual, dado que muchas de ellas eran parte del lecho marino hace millones de años. En el caso de cerro Ballena, el cementerio está localizado a 37 metros sobre el nivel del mar y a 1 kilómetro de la costa más cercana.
Lo en verdad intrigante es por qué todos estos animales que vivieron hace más de 6 millones de años murieron en el mismo lugar, y en un estado de conservación que no mostraba indicios de muertes violentas. Los esqueletos estaban completos, en posiciones muy similares apuntando hacia el mismo punto, recostados sobre su espalda en vez de la panza, describe la BBC.
Primero se hipotetizó que los animales pudieron haber sido arrastrados tierra adentro por un potente tsunami. Sin embargo tras analizar con cuidado los restos en el Museo Natural de Historia de Estados Unidos, se arribó a una nueva conclusión: los animales no murieron al mismo tiempo sino durante un periodo relativamente largo, a causa de envenenamiento por toxinas de algas especialmente letales.
En algunos casos, los animales murieron por el consumo o inhalación directa de las toxinas. En otros, fue como resultado de consumir a otros seres que se habían expuesto primero.
“Todas las criaturas que encontramos, bien fueran ballenas, focas o peces aguja, se alimentaban en cadenas tróficas (transferencia de sustancias nutritivas), lo que las hacía susceptibles a acumulaciones de algas nocivas”, indicó el paleontólogo estadounidense Nicholas Pyenson a la BBC.
Una pista de ello es que los huesos estaban enterrados en diferentes capas: 3 ballenas y un perezoso acuático estaban a 2.5 metros de profundidad; 3 ballenas más estaban a 6 metros; 10 ballenas, un cachalote y 3 focas a 7 metros; para concluir con 15 ballenas, un delfín y una ballena-morsa a 8 metros de profundidad.
Otro indicio es que si bien no se encontraron sedimentos de algas en los alrededores, sí habían partículas de óxido de hierro, típicas de las concentraciones de algas.
“En el mundo moderno, las algas nocivas pueden atacar a una variedad de mamíferos marinos y peces predadores grandes. Para nosotros, la clave fue su naturaleza repetida en Cerro Ballena: ninguna otra explicación posible en el mundo moderno sería recurrente, excepto por las algas tóxicas, las cuales pueden reaparecer bajo las condiciones adecuadas”, añadió Pyenson.
Los investigadores, en un trabajo conjunto de científicos chilenos, brasileños y estadounidenses, infieren que la zona donde los animales murieron tenía forma de embudo en la época del Mioceno Tardío, provocando que las propias mareas concentraran los restos en el mismo lugar. Más tarde, cuando los huesos quedaron expuestos, el que fuera una zona desértica evitó que carroñeros terrestres destrozaran los esqueletos.
Puedes encontrar más información en el sitio creado por el Museo Smithsoniano