José Manuel Durao Barroso ¿Quién es ese?, se preguntará el inocente y desprevenido lector. Es el mandamás principal en la Unión Europea. Nació en Portugal, el tercer país más corrupto de Europa Occidental. Durao, un gordiflón sonriente, gana 21 mil euros brutos al mes, más otros tantos pesos de representación. Debido a sus interminables cenas, cócteles y vuelos en avión, todo pagado por los contribuyentes de gobiernos e instituciones del Viejo Mundo, gasta poco.
Este Barroso, piadoso y derechista, estuvo en la isla Lampedusa, tierra yerma italiana en medio del mar Mediterráneo entre Malta, Túnez y Sicilia. Visitó el lugar donde se amontonaban cientos de cadáveres y ataúdes, el dramático saldo de los últimos naufragios de inmigrantes sudaneses, etíopes, sirios, eritreos, kurdos, afganos, somalíes, paquistaníes y otros pueblos cuyos habitantes, sumidos en el pavor del hambre, huyen como pueden. Y el buen Durao, conmovido, lanzó una frase al viento: ”una cosa es verlo en televisión y otra es verlo aquí”.
Víctimas sin vuelta. Rostros despavoridos. Perecen en medio de las olas del historiado mar que sigue y seguirá convertido en cementerio. En los últimos años cien mil seres humanos, huyendo de la miseria, soñando con una vida decente, han sucumbido entre terribles tormentas y ante la indiferencia del mundo, sobre todo del mundo europeo. Sencillamente ha sido así: se han ahogado en esas aguas azules tan lindas y generosas para los turistas con dinero.
En verdad nadie, ningún Gobierno, sabe hoy la cifra exacta de muertos. Y aunque la vergüenza se repita y sea cada vez más horrible a nadie le interesa demasiado. Los dirigentes de la Comunidad Europea ponen caras circunspectas y funerarias sin resolver nada. Cunde su incapacidad para parir una política migratoria común, clara y coherente. En cada país los responsables esconden la cabeza. Y aprovechando la situación avanzan furibundos activistas racistas y xenófobos. Y no ocultan su alegría porque están ganando elecciones.
A esa gentuza no le importa el dolor de los que llegan en pateras, de los clandestinos que pugnan por sobrevivir con alguna esperanza en su posible e incierto mañana y en algún país desarrollado. Lo que importa a esos partidos nacionalistas es gritar a los cuatro vientos “¡no nos vengan a quitar nuestro pan, nuestro confort¡ ¡fuera esos indeseables!” Y a continuación recogerán los votos miserables que les aportarán sus electores igualmente miserables.
Entre tanto dato escalofriante anoto uno de Naciones Unidas: en las costas norte africanas, soñando con Europa, se ahogan cada año alrededor de 1.500 seres humanos.
En las fronteras comunitarias, España, Malta, Grecia o Italia y solamente en el año 2012 se detectaron 72 mil infelices. Indocumentados o no, todos buscan tierras más seguras. Siguen y seguirán huyendo de sus países malditos o de interminables revueltas en la zona árabe sacudida por guerras, golpes, contragolpes y toda aquella trágica secuela de heridos y de refugiados, atiborrando los sitios de acogimiento.
En los campamentos donde hacinan a los que huyen reinan mafias criminales. Se enriquecen manejando y controlando la ayuda sanitaria y alimentaria. Pero allá en África tampoco nadie pone atajo ni a eso ni a otras redes criminales que trafican en la sombra. En Trípoli, por ejemplo, existe una organización de desalmados que cobra 1.200 euros por cada pasajero que envía a Europa. ¿Pasajeros? Los amontonan en cualquier cosa de mala muerte, algo que flote, sea un carguero desvencijado, una patera, una balsa. Lanzados al mar esos pobres salen dispuestos a dos cosas: salvarse o morir.
Hoy en África el promedio de esperanza de vida es de 50 años, en la Unión Europea es de 81.
En los próximos 20 años el llamado “continente negro” tendrá 1.500 millones de habitantes. El 80 por ciento vivirá en pobreza o miseria absoluta con pandemias y natalidad descontrolada. Aquí están en juego vidas humanas y también la estabilidad política de todas las naciones europeas bañadas por el Mediterráneo.
África, aún con sus gobiernos corruptos y su población desesperada, solamente en concepto de intereses de su deuda externa, devuelve ¡cuatro veces más de lo que recibe! ¿Y a quién devuelve? Al capitalismo expoliador, y neo liberal, al feroz capitalismo que maneja sus mercados salvajes y que atesora toda la riqueza, como en Chile. Un sistema donde personajes sibilinos, sean economistas campanudos o sociólogos huecos, siguen manipulando números y mareando la perdiz mientras una minoría privilegiada se embolsica todo.
Rodeado de tantos cadáveres en Lampedusa, poco le faltó llorar a Durao Barroso. Pero no tuvo tiempo. Debió retornar a su reino en Bruselas. Allí le esperaba un premio de 45 mil euros que le otorgó una organización católica española ultra conservadora por su “buen aporte a Europa.” Y no es chiste.
“Crónicas de la actualidad europea cuyo autor, Oscar Vega, reside en Portugal. Periodista y escritor, se inició en 1956 en el vespertino Crónica de Concepción. Ha trabajado, entre otros medios, en los diarios La Discusión, Clarín, La Nación, Fortín Mapocho, La Epoca y en revistas como “Hechos Mundiales” y “Cauce” de Chile y “Límite Sur”, de Méjico. Igualmente, entre otras emisoras, Magallanes, Minería, Cooperativa (1960-1970) y radio Berlín Internacional (1980-1990) Su último libro, “Música para dos”, fue publicado el 2012 por editorial Lom.”