Hablar en Chile de temas como acortar la brecha económica entre ricos y pobres, disminuir los índices de pobreza y vulnerabilidad social, se ha transformado, junto a mejorar la calidad de la educación o solucionar el “problema” del lucro en educación, en lugares comunes dentro de las prematuras campañas políticas, o dicho de otro modo, suenan como respuestas de “miss” en concurso de belleza.
La cuestión parte ahí, pues acompañando cada una de estas frases y junto a los sonrientes rostros de un gran cartel multicolor súper iluminado, resaltan eslogans innovadores, profundos e inspiradores, como por ejemplo, “el cambio viene”, “todos por el cambio”, “otro Chile es posible”, “tenemos que cambiarle la cara al país”, etc., etc., etc.
Y claro que ese “otro Chile” existe. Una cara de la moneda que no aparece en las postales junto a la virgen del cerro o a los ascensores de Valparaíso. Un Chile donde, a pesar de toda la crítica y mofa de la que fue objeto el recetario del Ministerio de Desarrollo Social, vive incluso con menos de $2.000 al día. Basta cruzar el mítico límite de plaza Italia hacia el sur o el poniente para divisar, si es que queremos ver, las personas que se duchan en las salidas de agua de las paredes del Mapocho, las decenas que viven y duermen en la calle, en casas de cartón, en los alrededores de la Posta Central o en la Vega; los niños y jóvenes que se entremezclan entre piruetas, pelotas o el limpia parabrisas de algún semáforo importante.
Pero no se trata sólo de esta pobreza material extrema. Se trata de códigos, conductas, la cultura de quedarse fuera, atrás. Y así, en una misma ciudad cohabitan mundos paralelos que intentan, al menos de una parte, no cruzarse; que no me afecte, ignorarse o ignorarlo. Basta que mi barrio esté limpio, que mis calles tengan las áreas verdes que necesito, la autopista de gran velocidad, la mejor alarma anti robos.
Parece que con eso y mis propios recursos bastara… basta la escuela pagada de mis hijos, el médico particular de mi familia, los libros que puedo comprar. Como si nada de está coexistencia, de este cohabitar me afectase. Pero ojo, no se puede olvidar que vivimos en un sistema, un engranaje de relojería en donde aquello que ocurre a otros tendrá repercusiones en mí; y créanme, no se trata de un versículo bíblico o señal divina, no. Sólo por poner un ejemplo, en Santiago vivimos prácticamente todos bajo la misma capa de contaminación durante el año.
Y entonces, cuando se ve la gigantografía con el rostro sonriente, cuando se escucha o se lee el eslogan como si fuese publicidad de seda dental o zapatilla de moda, algunos sacarán cuentas respecto del status quo que se esmeran por mantener; otros lamentablemente, al parecer, cada día menos, buscarán el verdadero fondo de la campaña; los más, también lamentablemente, pensarán que da igual quien gobierne. Entonces, aquellos, que denominados los menos favorecidos producto de su desesperanza aprendida y también inculcada, modelarán una mueca dolorosa por las promesas no cumplidas, por la bofetada diaria de un país que se jacta de un ingreso per cápita de US18.000, del cual la teoría de chorreo no alcanzó a empaparlos.
Porque detrás de tanta parafernalia, de tantos millones gastados -y no declarados, que para otro tema nos da respecto del dónde sacan plata los partidos-, de tanta anticipada presentación o bienvenida de candidatos, lo que queda es sólo un acto de posicionamiento de imagen, el rostro, la postal, pues las promesas se las lleva el viento.
Y Chile sigue estancado, no avanza, no mejora y no se trata sólo de condiciones materiales, de los pobres o de los grupos vulnerables. Se trata de estándares mínimos, de cuál es mi piso, cuál es el piso país que tengo para desarrollarme, cuánto estoy al debe en cultura, educación, salud, salario mínimo, de la visión país, del resguardo de los recursos naturales, de cómo quiero producir y a qué costos, del sistema político que mantenemos, de los grandes consensos, pero también de cómo damos cabida a las expresiones de diversidad o a las minoritarias.
Por eso son importantes los canales alternativos de información, las redes sociales, este mismo espacio de columnas de opinión. Son importantes también los organismos -en su mayoría ONG- que investigan, denuncian y nos recuerdan las promesas realizadas y las cumplidas de nuestros gobernantes, develan los lobbies internos o la inconsistencia ética de algunos. Allí está Ciudadano Inteligente, el Instituto Nacional de Derechos Humanos, Ciper Chile, etc.; y también están aquellos espacios propositivos, como Acuerdos.cl y su campaña “5 conversaciones para Chile”, que a través del uso de internet propone la búsqueda de caminos alternativos para darle algo más de contenido a las campañas y al debate electoral.
Por eso, si usted vota, infórmese, lea, profundice más allá del eslogan, la frase cliché o la belleza de la gigantografía; escuche a las voces disidentes, tome apuntes, súmese a nuevas iniciativas, promueva el diálogo crítico, presione para correr el marcador y no resultar nuevamente empatados a cero. Incluso, si decide no votar, por favor que esta opción consciente quede reflejada claramente y no sujeta a las especulaciones de los analistas políticos, que más tarde hablarán, en el mejor de los casos, de voto de castigo o de la flojera del chileno, para intentar, siempre dentro de una misma lógica: el por qué la baja asistencia a las urnas.
Por último, piense: Ni usted, ni yo, ¡nos merecemos tan poco!
Bernarda Jorquera
Directora de Calidad y Proyectos Fundación Casa de la Paz.Geógrafa de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Master en gestión de Sistemas Ambientales y Master en Políticas Sociales y Gestión Estratégica para el Desarrollo Sostenible del Territorio de la Universidad de Bologna, Italia. Se especializa en gestión estratégica, gestión de proyectos de desarrollo con enfoque económico territorial ambiental. Con 10 años de experiencia, ha trabajado en organismos gubernamentales y organizaciones de la sociedad civil.