La calurosa tarde del día lunes 4 de marzo, la ciudad de Maracay fue remecida por una noticia que quedará grabada en la memoria del pueblo venezolano y de amplios sectores de América latina, irradiándose rápidamente por el país caribeño, desde el Hospital Militar de Caracas, dejando perplejo a todo un continente. El presidente y Comandante Hugo Rafael Chávez Frías, falleció luego de una larga agonía y de complicaciones médicas.
La ciudad donde me encontraba es un bastión del chavísmo, fue la urbe clave que arremetió contra la asonada golpista del 11 de abril del 2002. Los sectores populares bajaron a rodear el regimiento militar e incurrieron, con pistolas bajo el cinto, a que los militares que fueran a rescatar a “su presidente”. Ciudad militar, objetivo estratégico para desequilibrar cualquier correlación de fuerzas, recibió la noticia con incertidumbre, incredulidad y con algunos tiros al aire.
El llamado de la oficialidad fue convocar al chavísmo a las plazas Bolivar (como nuestras plazas de armas) de todo el país. Fue una acción para demostrar fuerza, y por sobre todo, para que la gente confiara que los alaridos de la oligarquía llanera, que llamaba al caos y al enfrentamiento, se esfumaran con el correr de las horas.
Otro aspecto crucial, que sucedió a los minutos de la noticia, fue el pronunciamiento por parte del Estado Mayor de las fuerzas armadas, llamando a la tranquilidad y asegurando que ellos continuaran junto al pueblo, siendo fieles a la revolución bolivariana.
Como extranjero, en medio de una ola de rumores desatados en las redes sociales, en un país políticamente polarizado y con el ojo del águila del imperialismo sobre Venezuela, mi primera sensación fue la incertidumbre. Sin duda, las imágenes del Golpe de Estado de Chile y de la siniestra dictadura de Pinochet brotaban una y otra vez en mi mente. Las cervezas que habíamos compartido con amigos en torno a una mesa, se convirtieron en un elixir amargo en un escenario desolador, volviéndose imposibles de beber. Lágrimas de compañeros, desazón y dolor fueron la tónica de los primeros minutos.
La preocupación por mis compañeros en Caracas, por la angustia que iba a rodear a mi familia en Chile y por el futuro de este país hermano, obstaculizaban cualquier análisis racional sobre la coyuntura que bullía delante de mis ojos. La frase archirreconocida de que la “historia la hacen los pueblos”, se hace carne cuando amplios sectores sociales comienzan a copar las principales plazas de todas las ciudades y pueblos del país. De la incertidumbre, se abre camino la esperanza y comienza a erigirse la confianza. Una revolución está en marcha y ya nada ni nadie puede pararla.
Redes sociales, que permitieron en parte botar gobiernos en los países árabes, colisionaron con una realidad diferente. La estrategia de infundir el pánico y miedo en la población fue contrarrestada con el llamado a copar los espacios públicos y la movilización masiva de los sectores populares. Por ejemplo, en la misma esquina donde se decía que se producían saqueos, según algunas informaciones en Twitter y en Facebook, me encontraba tomando un jugo de naranja. Imagen paradójica, ya que seguramente fueron los mismos que chillaron por los saqueos del Caracazo de 1989, pero que 24 años más tarde los deseaban apasionadamente.
La gente comenzó a encontrarse con los suyos, con sus compañeros, amigos, etc. La presencia de miembros de las diferentes fuerzas armadas coadyuvo a despegar cualquier duda y a fortalecer la confianza en las personas, incluyéndome. La plaza de Maracay atiborrada de personas y de militares sollozos y con los ojos húmedos, abrazando y consolándose entre todos, me permitió comprender que lo que estoy siendo parte breve y temporalmente, es una revolución verdadera.
Jóvenes, abuel@s y niñ@s comenzaron a cambiar el nudo que tenían en la garganta, por un grito de que clamaba revolución. O mejor dicho, que la reafirmó. Música de Alí Primera, Silvio Rodríguez, Mercedes Sosa, se entremezclaban con salsa y HipHop en el escenario que se comenzó a montar frente de la Gobernación de Ara….
“La lucha sigue, Chávez vive” fue la consigna que resonaba por todos lados. De la tristeza se paso a la alegría. Los falsos rumores de disturbios y de turbas desatadas fueron quedando solamente en la irrealidad de las redes sociales. Las personas se reunían en múltiples asambleas para discutir la trayectoria que iba a tomar la revolución, de los desafíos que se avecinaban; como el problema de la sucesión en el liderazgo, las elecciones presidenciales, las nuevas reformas que otorgaran mayor autonomía a los espacios locales y los problemas económicos que producían el acaparamiento de comida y la especulación del dólar.
La gente se marchó tranquilamente a sus casas, con esperanza y convicción. El dolor fue mutando a una maduración política abismante. De la incertidumbre que me embargo, me emergió la convicción en el pueblo venezolano, ya que estoy seguro que sabrá defender sus conquistas y asumir las nuevas tareas del nuevo contexto. Del miedo que pude haber tenido, salí fortalecido y convencido en que el proceso no se detendrá y que los fantasmas de los gorilas no retornaran, por lo menos por un buen tiempo.
José Antonio Palma
Profesor de Historia y Geografía, Magister (c) en Historia USACH. Educador popular y activista HipHop. Sus temáticas de investigación giran en torno a la historia reciente, memoria, violencia política y militancia en la izquierda política. Publicará en el curso del 2012 el libro “El MIR y su opción por la guerra popular. Estrategia político-militar y experiencia militante en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria [MIR] 1982-1990”, por Ediciones Escaparate.
Actualmente se encuentra trabajando en proyectos de investigación, FONDECYT y DICYT-USACH, talleres de educación popular y en reinserción escolar.