La hepatitis C es una enfermedad crónica del hígado causada por un virus y su transmisión se produce por vía sanguínea, principalmente en forma de transfusiones -antes de que el chequeo del virus fuera obligatorio en los bancos de sangre chilenos a contar de 1996-, procedimientos médicos o inyecciones con instrumentos contaminados, uso de drogas intravenosas, etc.
De acuerdo a datos de la Organización Mundial de la Salud, en el mundo hay 170 millones de personas infectadas con este virus, siendo cinco veces más frecuente que la infección por el virus del SIDA. Por otra parte, la ausencia de síntomas en esta enfermedad hace que la hepatitis sea detectada en forma tardía, cuando ya se presentan graves problemas en el hígado.
La relevancia de esta enfermedad “silenciosa” radica en el gran número de personas infectadas, las que no presentan síntomas por largos períodos de tiempo y que van entre los 10 y 30 años. Durante este período, la hepatitis C puede producir daño progresivo del hígado derivando en una cirrosis hepática, la que afecta al 20% de los infectados, aproximadamente y que, de complicarse, puede llegar a requerir un trasplante de hígado.
En el caso de las mujeres embarazadas, si bien no hay muchos datos en relación a cómo podría afectar esta patología a bebé, no hay evidencia de que estas madres tengan mayores complicaciones que una mujer sin el virus o que pudiera provocar malformaciones o abortos. Sin embargo, sí está el riesgo de transmisión, que puede ir de o a 36% de probabilidades de contagio.
En cuanto a la lactancia, no se ha detectado un riego en la transmisión de la enfermedad madre a hijo, pero de todas formas lo más seguro es consultar al médico tratante sobre esta situación.
Para evitar todas estas complicaciones y temores, además de los graves problemas que trae consigo la hepatitis C, es fundamental que personas con factores de riesgos, tanto padres como madres, se realicen el examen de detección. Dentro de este grupo se encuentran los pacientes hemofílicos, quienes hayan recibido transfusiones de sangre antes de 1996, personas que han usado drogas intravenosas, pareja sexual que tenga la enfermedad y quienes se hayan hecho tatuajes y perforaciones, aunque en estos casos el riesgo es mucho menor.
Aún no se ha descubierto una vacuna para la hepatitis C, pero sí se cuenta con avanzados tratamientos para el control de esta enfermedad. Aquí lo importante es saber detectar a tiempo.
Por Mariela Lazo.
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