La cesárea es la cirugía más frecuente en Chile: madres que buscan no sentir dolor y médicos que prefieren evitar imprevistos y organizar su trabajo optan cada vez más por esta modalidad, aunque les lluevan críticas por una ‘industrialización’ de los nacimientos.
“La mayoría de los niños están naciendo en Chile de lunes a viernes y en horario de oficina”, dice a la AFP el partero y académico de la Universidad de Santiago, Gonzalo Leiva.
Para este experto, el factor económico es el principal desencadenante del aumento en el número de cesáreas en Chile: “Un parto vaginal podría durar varias horas y las inducciones son muy largas. En ese período, un médico puede hacer cinco o seis cesáreas si las programa bien”, explica.
Nuestro país cuenta con un 99,9% de atención profesional al parto. Es decir, casi todos los nacimientos se realizan en hospitales o ante la presencia de un profesional médico.
“Al estar encima de los partos, se tiende a un mayor intervencionismo”, sobre todo tras la introducción de la monitorización electrónica del feto y la madre, dijo a la AFP el ginecólogo Eghon Guzmán, asesor en materia de fecundidad del Ministerio de Salud.
La mayor intervención médica y disposición de tecnología permiten un seguimiento minucioso del embarazo, lo cual hace posible programar casi con exactitud el momento del parto, y los equipos médicos pueden escogen el lugar y horario de las intervenciones.
Con una incidencia del 38% sobre el total de nacidos y porcentajes que alcanzan el 60% en el sector privado, según el Ministerio de Salud, Chile tiene una de las tasas de cesáreas más altas de América Latina, sólo detrás de Brasil y México.
Sin embargo, por lo menos la mitad de estas intervenciones realizadas aquí son innecesarias, provocando un aumento de los costos y riesgos para la madre y su hijo, señalan estudios de entidades de salud.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), sólo un 15% de los partos deberían finalizar en una cesárea, estimándose además que sobre esa cifra no existe una mejoría de los indicadores de mortalidad materna ni perinatal (desde la semana 28 de gestación hasta los primeros siete días de vida).
Judicialización de la medicina
En su defensa, los médicos acusan una mayor presión debido a la judicialización de la medicina. De hecho, la ginecología es la especialidad que más demandas recibe por negligencia en los tribunales chilenos.
“Gran parte de las cesáreas se realizan por un exceso de prevención de parte de los médicos”, reconoce a la AFP el ginecólogo Rogelio González, de la Sociedad Chilena de Obstetricia y Ginecología.
Para reducir el número de cesáreas, el Ministerio de Salud está poniendo en práctica nuevos protocolos de atención a los pacientes, junto con una recomendación para evitar la inducción artificial de los partos antes de las 39 semanas sin prescripción médica.
Se busca además la educación continua de los médicos, para evitar intervenciones innecesarias y disminuir el temor a eventuales juicios. También, educar a las madres para promover una humanización del parto.
“Creo que el parto es lo único animal que todavía queda en los seres humanos y debería seguir así, no tan tecnologizado”, dice Rayen Luna, una fotógrafa de 27 años y siete meses de gestación, que contrariamente a la tendencia, quiere traer al mundo de forma natural a su primer hijo.
Madres sin dolor
Otro aspecto que incide de gran manera en el aumento de las cesáreas es la preferencia de esta modalidad por parte de las madres.
“La mujer en Chile ha llegado a ser independiente. Puede manejar su fertilidad y tiene acceso a la educación, por ello hoy ha cambiado su proyecto de vida y quiere tener un hijo solo, ojalá después de los 35 años y sin dolor”, agregó el ginecólogo Eghon Guzmán.
“Son pocas las valientes que quieren parir con dolor”, por el miedo a las consecuencias de un parto vaginal, como las contracciones o la rajadura del piso pélvico, agrega.
Consecuentemente, ha bajado en Chile la tasa de natalidad. Si en 2000 había 191.000 nacimientos al año, la cifra hoy llega a los 171.000, con una caída de 20.000 nacimientos en una década y una tasa de fecundidad de 1,8 hijos por pareja, menor al indice de recambio de la población (2,1%).