Si algo caracteriza a marzo es el estrés que lo acompaña. Listas escolares, permiso de circulación, matrículas, entre otros, se nos vienen encima. Además, para los afortunados que tuvieron vacaciones en el verano, volver a la rutina se vuelve, muchas veces, un estrés más.
Pero, ¿qué entendemos por estrés? Aunque por lo general se le da una connotación negativa, el estrés es una reacción del organismo frente a una situación percibida o bien como una amenaza o como muy demandante. Aunque es una respuesta natural, cuando la situación se mantiene en el tiempo, el cuerpo se ve sobrecargado de tensión, lo que causa diversas enfermedades o malestares.
Tomemos el caso de Germán (este caso es real, sin embargo, el nombre y algunos datos han sido cambiados para proteger la identidad de la persona referida en él, quien revisó y autorizó esta publicación), quien llega a mi consulta contándome que al trabajar desde hace años en un puesto de mucha responsabilidad, se encuentra afectado de un alto estrés todo el año. En sus palabras, para él “todos los meses son marzo.”
Lo que más le preocupa es que se siente todo el día cansado, y más encima en la noche le cuesta mucho dormir. Me dice que no le gusta su trabajo, no tanto por lo que tiene que hacer en él —que le parece interesante— sino por lo agotado que lo tiene.
Cuando le pregunto por su rutina, me explica que sale todos los días cerca de las siete de la mañana de su casa, y que llega del trabajo alrededor de las ocho de la noche. El problema es que, por las características de su cargo, la mayoría de las veces se lleva trabajo pendiente a su casa, por lo que termina comiendo algo rápido frente al computador mientras lo termina. Cuando se va a acostar, alrededor de las once de la noche, le cuesta mucho relajarse, y se queda pensando en todo lo que tiene que hacer al día siguiente. Muchas veces, recién en la madrugada logra dormirse.
En parte producto de este estresante ritmo, Germán está separado hace un par de años, por lo que vive sólo en un departamento cerca de su trabajo. Su mujer lo dejó diciéndole que no le interesaba estar con un “trabajólico”. Tiene derecho a ver a su hijo todos los fines de semana, pero por lo general no tiene tiempo para ello.
Cuando le pregunto si, aparte de trabajar, hace algo distinto en el día, algo que le agrade, me dice: “no tengo tiempo para nada”. Es una respuesta que se repite cuando le pregunto acerca de sus fines de semana o, incluso, sobre sus vacaciones.
La clave de este caso se encontraba, a mi parecer, en su constante lamento de no tener tiempo para nada. Esta frase es una generalización desmedida, ya que siempre es posible hacerse un tiempo para algo más que el trabajo.
Sin embargo, Germán se mostraba seguro de que no. Una y otra vez me repetía que no le quedaba tiempo en el día para hacer lo que él quería, ni para distraerse. Sólo trabajar, hacer las cosas de la casa y dormir.
Aprovechando su inclinación hacia las matemáticas, le pregunté si no le era posible tener aunque fuesen quince minutos para él en el día. Nuevamente nombró todas las cosas que hacía en el día, las que le volvían imposible tomarse tan sólo esos minutos. Le pregunté qué porcentaje del día eran quince minutos. “Como el uno por ciento”, me dijo, no sin esbozar una sonrisa, después de un breve cálculo mental.
Fue entonces cuando se abrió a la posibilidad de que efectivamente podía tomarse esos quince minutos diarios. Conversamos sobre las distintas actividades que le gustaría hacer en ese tiempo. Fue muy difícil que Germán lograse pensar algo, “hace tanto tiempo que no hago nada de lo que me gusta”, me decía, “que ya ni se me ocurre”. Finalmente me dijo que principalmente quería poder cocinarse algo más elaborado algunos días, revisar páginas de internet no relacionadas con su trabajo, o ver parte de alguna serie de televisión.
A la semana siguiente, llegó contándome que en quince minutos no alcanzaba a hacer nada. Le pregunté si había visto afectado su trabajo, las labores domésticas o su descanso, producto de asignar ese uno por ciento a una actividad de su agrado, y me dijo que por supuesto que no, que era demasiado marginal el uno por ciento para afectar algo.
En aquellos quince minutos diarios a Germán se le habían ocurrido muchas cosas que sí quería hacer. Esto significa que pensar actividades de su agrado, algo que la semana pasada se había vuelto una tarea titánica, en esos momentos se había vuelto una reflexión natural.
Esto demuestra que el tomar distancia de lo que nos agobia, permite mirar con más calma lo que sí nos gusta de la vida, un importante primer paso para poder relajarnos y ser más felices.
Sin embargo, su lamento volvió a aparecer. Todas las cosas que se le habían ocurrido tomaban más de quince minutos —algo que no debe sorprender a nadie— por lo que ahora estaba desesperanzado: no las podría hacer, ya que no estaba dispuesto a destinar más del uno por ciento de su día a su relajo.
Nuevamente, su inclinación matemática me ayudaría. ¿Cuánto tiempo necesitarías para esas actividades?, le pregunté. “Más o menos una hora”, respondió tristemente.
Dentro de las actividades que le habían dado ganas de hacer, en más de quince minutos, elegí la que me parecía más fácil de coordinar para él, andar en bicicleta, y le dije que la tarea de esta semana era hacerla. Me indicó, molesto, que no tenía tiempo para eso, por todas las obligaciones que me volvió a repetir.
Le dije que si se tomaba una hora para hacer eso, de los 105 minutos que se tomaba en total a la semana la semana (15 minutos cada uno de los 7 días de la semana) alcanzaba a tomarse 60 minutos para andar en bicicleta, y todavía le quedaban disponibles 45 minutos, para tener tres momentos de descanso.
Le propuse que se tomase quince minutos el lunes, miércoles y viernes, y el día sábado se tomase la hora restante para ir a andar en bicicleta.
La clave en este caso fue ir muy de a poco, sin darle espacio suficiente a su visión habitual de “no hay tiempo para nada”, pidiéndole algo mínimo, tan sólo 15 minutos al día. Aunque eso puede sonar mucho, al convertirlo en porcentaje, el hecho de que “es tan sólo uno por ciento” lo convierte en una cantidad desestimable incluso para él. A fin de cuentas, a casi todos nos pasa que si nos dicen “hay sólo un 1% de probabilidad” de algún suceso, lo consideramos prácticamente nulo.
¿Qué creen que pasó la semana siguiente? Germán llegó muy contento, contándome que había ido a andar en bicicleta al cerro San Cristóbal, pero que se había quedado con gusto a poco. Me explicó que por el tiempo que se demoraba en llegar al cerro, no alcanzaba a andar una hora, por lo que no era suficiente.
Aquí opté por ser abogado del diablo, y le pregunté muchas veces, extrañado y sorprendido, si estaba seguro que no le bastaba con 1% del día para él. Finalmente me dijo que le había dado hartas vueltas y, que aunque me respetaba como profesional, encontraba que era muy poco, y debiese ser al menos del orden del 2%.
Le dije que viera esta semana con el 2%, que se tomase entonces tres momentos de descanso de 30 minutos en la semana, y que el sábado se tomase dos horas para andar en bicicleta.
Cuando llegó a su tercera sesión, Germán me contó que había decidido que un 5% de la semana para hacer cosas que le gustasen era un número ideal, es decir, 8 horas (la semana tiene 168 horas). Me traía una propuesta: tomarse media hora cada día los días de semana, para un total de 2 horas y media, y el fin de semana tomarse las 5 horas y media restantes. De hecho, ya tenía planificado ir al estadio con su hijo, a quien ya ni siquiera veía todas las semanas. Su hijo, según me contó Germán, le dijo que “no podía creer que se hubiese hecho el tiempo”.
Cuando lo vi a la semana siguiente, me contó que estaba durmiendo mejor, algo que él atribuía al cansancio producto de la bicicleta. Estaba contento de ver más a sus hijos, y se sentía con más energía durante el día.
Le pedí que volviese en dos semanas para ver cómo seguía con su propuesta del 5%. No fue raro encontrarme en ese momento con un hombre menos estresado.
¿Cómo podemos resumir lo que sucedió? Creo que la frase del hijo de Germán es la mejor forma de explicar de qué se trató el tratamiento.
Se hizo el tiempo.
Jorge Silva Rodighiero, Psicólogo de la P. Universidad Católica de Chile | www.jorgesilva.cl | Puedes realizar tus consultas a la siguiente cuenta en Twitter @jorgesilvacl.