Muchas veces las parejas se enfrentan al mismo problema: ¿qué hacer cuando se acaba la pasión?.

Un porcentaje importante de las personas que recibo en mi consulta me confiesan —con preocupación, dadas las implicancias que una confesión así puede tener— que ya no tienen ganas de tener relaciones sexuales con su pareja.
Sin embargo, en la gran mayoría de los casos, se cumple el viejo dicho que reza “donde fuego hubo, cenizas quedan”. Por lo mismo es que resulta posible reavivar esa pasión que sentía el uno por el otro en el comienzo de la relación.

Como ejemplo, me gustaría contarles del caso de Magdalena y Juan Carlos, un matrimonio que lleva cinco años de casados (este caso es real, sin embargo, los nombres han sido cambiados para proteger la identidad de las personas referidas en él, quienes revisaron y autorizaron esta publicación).

En la primera sesión, me cuentan que vienen porque están discutiendo mucho, “por puras tonteras”. Sin embargo, a poco andar ambos centran el tema en la falta de relaciones sexuales. Muchas veces pasan semanas enteras sin intimar, lo cual los tiene cansados a ambos, y cuestionándose la relación.

Cada uno tiene su propia teoría al respecto. Juan Carlos dice que se cansó de buscar a su mujer, ya que el año pasado durante meses él intentaba por las noches que pasase algo, pero ella nunca accedía. Magdalena no niega su rechazo hacia su marido, pero explica que para ella el problema es que él va “directo al grano” y que ella necesita que antes le haga cariño, que sea tierno y romántico con ella, “como en el pololeo”. Juan Carlos la interrumpe y acota que no le dan ganas de hacerle cariño ni ser romántico justamente por el continuo rechazo, acotando que ya se cansó y que no tiene ánimo para nada previo.

Nos encontramos entonces frente a un círculo vicioso. ¿Cuál sería el resultado óptimo en este caso? Sin lugar a dudas, que ambos vuelvan a querer tener relaciones sexuales con el otro, y retomen una frecuencia que a ambos acomode.¿No sería lo más simple entonces indicarles que deben romper el círculo vicioso, diciéndole a Juan Carlos que se anime a ser “como en el pololeo” y a Magdalena que acepte sus avances?.

Sin duda lo más simple sería esto. Pero los seres humanos, por regla general, no somos muy obedientes además de que nuestro orgullo hace que muchas veces prefiramos que sea el otro quien ceda primero.

¿Qué puede hacerse entonces? Decidí darles la siguiente indicación: durante dos semanas, deben todas las noches hacerse cariño, abrazarse, besarse, todo lo que quiere Magdalena, pero no está permitido tener relaciones sexuales.¿Por qué es útil esta indicación? La clave está en que es una trampa.

Si la pareja es obediente y cumple la indicación, se habrá roto el círculo vicioso de la falta de cariño por parte de Juan Carlos a causa del rechazo que siente por parte de Magdalena. Será “como en el pololeo” y el rechazo no será responsabilidad de Magdalena. Ella no lo está rechazando, simplemente está siguiendo una indicación mía.
Si la pareja no cumple por completo con la indicación, y después de acariciarse tienen relaciones sexuales, también se habrá roto el círculo vicioso, ya que habrán tenido relaciones sexuales después de los cariños previos (como quiere Magdalena) sin que ella lo rechace posteriormente (como teme Juan Carlos).

Esto es lo que Milton Erickson llama una intervención paradójica, ya que como terapeuta indico algo para que el paciente realice justamente lo contrario (muchas veces debido a la rebeldía propia del ser humano) y así se destrabe la situación.
Cuando volvieron a la semana siguiente, había pasado lo primero, es decir, Juan Carlos y Magdalena se habían hecho cariño, pero no habían intimado.

Ella estaba feliz, porque hasta ese entonces pensaba que él ya no la quería y que por eso no era tierno con ella. Juan Carlos, por su parte, estaba expectante de lo que yo diría en esta sesión. Como él esperaba, les dije que esta semana hiciesen lo contrario, es decir, que Juan Carlos fuese directo al grano, y que Magdalena no lo rechazase por ningún motivo.

Como la razón que esgrimía Juan Carlos para no ser cariñoso con su mujer era su miedo al rechazo, aposté que esta vez no cumplirían con esta indicación, y que él no iría directo al grano.

A la tercera sesión, llegaron pidiendo disculpas porque no habían hecho la tarea. A Juan Carlos le había parecido poco natural y poco delicado con ella ir directo al grano, por lo que le había hecho un poco de cariño antes, cada vez que habían tenido relaciones sexuales esa semana. Cada una de las tres veces.

Les pregunté a ambos como se habían sentido estas dos semanas, y ambos estaban felices con los resultados. Juan Carlos reconoció que era imposible que ella accediese todas las veces, y que por supuesto que ir directo al grano no era la mejor forma, “las mujeres son distintas a los hombres, y eso es así no más”, dijo con una sonrisa. Magdalena estaba feliz porque nuevamente se sentía querida y “no sólo como un pedazo de carne”, y también reconoció que rechazarlo tantas veces tampoco había sido sano.

Sobre las tonteras que eran —supuestamente— la razón que los traía, ambos se sorprendieron ya que prácticamente las habían olvidado, y ya habían dejado de pelear por ellas.

Columna escrita por Jorge Silva Rodighiero, Psicólogo de la P. Universidad Católica de Chile | www.jorgesilva.cl