Recuerdo una anécdota en el campo de entrenamiento del Mark Park de Johannesburgo, cuando Bielsa viajó junto a la Roja a disputar un amistoso con los anfitriones del Mundial. El rosarino como era habitual, había llegado, un día después que los jugadores y en su primera solitaria caminata sobre el pasto sudafricano se desplazaba con particular inquietud. No era el cielo nublado lo que le preocupaba, era otra cosa y a la distancia era difícil adivinar.
Tras algunos minutos, Bielsa se acercó donde estaba junto a un amigo, yo que pocas veces había cruzado palabras con el argentino, tenía ese día una misión particular, presentarle a un entrenador trasandino que trabajaba en Sudáfrica y que tenía intención de hablar con Bielsa.
Tomé aire, caminé unos pasos hacia nuestro técnico y me acerqué, “ Marcelo, como le va”, le dije , apenas y me hizo un gesto con la cabeza, pero me estiró su mano. “El señor acá quiere conocerlo, es técnico y trabaja en Sudáfrica hace 20 años”; el gesto con la cabeza y la mano estirada lo repitió casi como un robot, en ese momento se acercó a mi acompañante y le dijo sin mediar otra palabra, ni un como le va, “habría posibilidad de conseguir un rodillo para pasarle a la cancha”. La cara de sorpresa, de mi amigo fue instantánea, todo lo que le habían dicho de Bielsa, se volvía realidad en 15 segundos. El tipo era un obsesivo y trabajólico y a aquella persona que recién conocía no le quedó más remedio que buscar algún contacto en el Mark Park para conseguirle un rodillo.
Hoy más que concentrarme en los votos más o votos menos de una elección marcada por los intereses económicos, prefiero concentrarme en lo que perdemos con la partida de Bielsa. Es cierto que el fútbol no termina y la selección tampoco, de hecho fue el propio Marcelo el que ratificó las palabras de Pellegrini, sobre la lejanía de su persona con las deidades del balompié, pero es innegable que el trabajo y el legado de Marcelo Bielsa nos marcó a todos.
Bielsa le dio algo al fútbol chileno que hace años se había extraviado, le dio seriedad, profesionalismo, trabajo, dedicación, valores. Sobre todo valores. Nuestros jugadores nunca fueron los mejores del mundo, ni tampoco los más disciplinados, pero carecían de liderazgo y en Bielsa, Bonini, Berizzo, Quiroga y su staff encontraron los referentes necesarios, para entender que con trabajo, con método, con planificación, se puede alcanzar objetivos y logros.
Para muchos de nuestros jugadores, Bielsa será el que les abrió las puertas del mundo, Carmona, Morales, Orellana, Villanueva, son sólo algunos de los casos de jugadores que consolidaron su futuro económico gracias a que fueron expuestos en la vitrina de una selección revalorizada en el concierto mundial. Chile pasó de ser un paria a un ejemplo. De tramposos a modelo de trabajo y eso se logró en pocos años, ya no había cantitos de jugadores gritándole al técnico “ el dolape, el dolape”, como ocurrió sobre el final del proceso de Acosta. Acá había un plantel, que sin perder la alegría, entendió que el uso de un notebook en la cancha de entrenamiento no era un canje publicitario, sino una herramienta de superación.
Aprendieron el libro de las jugadas, el código de la estructura, sabían que fuera Copenhague, Ciudad del Cabo, Bahía, Zilina o México, Chile siempre saldría a jugar de la misma forma o de manera frontal.
Chile era un equipo con identidad, desaparecieron los fantasmas que nos perseguían siempre cada vez que viajábamos por América y que nos decían se juega a la uruguaya, a la brasileña o a la peruana, cuando la vuelta nos tocaba a nosotros, nos encogíamos de hombro y pensábamos , como era jugar a la chilena. Hoy esa discusión ya no existe, el esquema estaba por sobre los jugadores y el bielsismo para muchos fanáticos pasaba a ser una religión.
Con Bielsa se van muchas cosas, pero la que más me duele es que se aborta la opción de un proceso, la posibilidad de trabajar siete u ocho años con un entrenador, que moldeara las futuras generaciones, con método y trabajo. En Chile nos gusta trabajar poco y ganar mucho, Bielsa ganaba mucho y trabajaba mucho y aquello se puede perder como un modelo de vida para los que vienen. Caricaturizar a Bielsa como el loco y reducir sus actitudes sólo a una demencia pelotera es torpe y facilista.
El rosarino trabajaba en serio, algo que en Chile hace falta, donde tenemos la cultura de sacar la vuelta. Donde el café matinal dura tres horas y la sobremesa del almuerzo dos. Donde queremos un jefe que nos acompañe a comer y nos palmotee la espalda y no uno que sea un ejemplo por su forma de trabajar.
Es cierto que Bielsa tiene excesos, que probablemente no cambiará porque son parte de su personalidad, pero su método es una escuela y una universidad para quienes lo conocieron como entrenador y como colega. Siento la partida de Bielsa, aunque nos cerrara las puertas en la cara y su relación con la prensa y los medios fuera distante, siento la partida de Bielsa porque en un mundo de dobles lecturas, siempre fue de una línea en la mayoría de sus actitudes. No sé si nos farreamos al mejor entrenador del mundo, sólo sé que el propio Bielsa no quiso seguir con nuevos jefes y aquello es una opción propia y legítima. Al final fue consecuente y no quiso trabajar con quienes siempre criticó, si hubiese seguido, así a cualquier precio, incluso por su cariño por este país, que ya nadie discute, se hubiese traicionado.
En un mundo de lados B y medias tintas se agradece el que Bielsa un día pasó por Chile, lo que viene ahora es pensar que la vida sigue y el duelo no puede ni debe ser eterno.